La Zaragoza decimonónica de cambio de siglo cuenta con precedentes literarios, no demasiados. Centrados, por lo general, en aquella Zaragoza en desarrollo industrial, en la Exposición de 1908, en la dictadura de Primo de Rivera, en las figuras de Basilio Paraíso o del cardenal Soldevila, en los primeros brotes anarquistas… Faltaba contar la capital desde el punto de vista del pueblo, más que llano, mísero que lo habitaba. Y esa será una de las aportaciones de Flor de arrabal, la nueva novela de Carmen Santos.

Su heroína, Flor, una niña de apenas catorce años cuando comienza a narrarnos su historia, había nacido y vivía en el Arrabal zaragozano. Sus condiciones eran de extrema pobreza. La violencia y la muerte la rodeaban. Murió su madre, murieron sus hermanos. Lo hicieron de pronto, en un rincón de una casa que no se podía llamar así, falleciendo de fiebres, de inanición... Los vecinos tuvieron que hacer una colecta para pagarles una lápida y enterrarles en un lugar más digno que la fosa común.

De ese infierno, Flor comenzará a salir gracias a su talento artístico. Su primer trabajo como empleadita en un cabaret la pondrá en contacto con la música y al mundo del espectáculo, con la copla y el cuplé. Una noche debutará con éxito y, a partir de ahí, se sucederán sus éxitos en una carrera comparable a la de las grandes estrellas de la época, como Fornarina o la también aragonesa Raquel Meller. Capitales como Madrid, París, Berlín o La Habana caerán rendidas a sus pies, como asimismo lo harán decenas de hombres, locamente enamorados de la hermosa y audaz artista zaragozana.

Además de ofrecernos un ramillete de personajes inolvidables, algunos reales —como el mítico Diaghilev—, Flor de arrabal invita a los lectores a una trayectoria histórica de largo recorrido por el siglo XX. A la luz de las candilejas, sus grandes acontecimientos irán modelando asimismo la personalidad de Flor. El estudio psicológico de la cantante y bailarina es tan creativo, complejo y completo que la vemos y entendemos con toda claridad en sus múltiples cambios y recovecos, apasionándonos con sus exaltaciones y esperanzas, sufriendo con sus decepciones y errores.

Con esta gran novela de largo aliento, generosa galería de personajes y fresco de toda una época, Carmen Santos se consagra como una magnífica narradora.