Hace unos pocos días todos estábamos pendientes de Madrid, como un adolescente enamorado al que el resto del mundo le resulta invisible. Ahora nuestra atención se dirige o nos la dirigen a Cataluña y al posible indulto de los líderes independentistas condenados por sedición. Entre medio tuvimos algún escarceo con la crisis diplomática y humanitaria provocada por Marruecos, pero a nosotros lo que de verdad nos despierta pasiones es el panorama político patrio. El enfoque sobre un solo asunto en lugar de ayudar a un análisis multifactorial y relativo nos lleva de lleno al enroque. Los mismos protagonistas que se posicionan sobre el futuro de Madrid en libertad o bajo el régimen colectivista, marcan también las trincheras entre venganza o concordia. Escuchamos cantos de sirena que nos intentar apartar de lo esencial, himnos nacionales en los patios de los colegios o estatuas legionarias que pesan en su alma doliente, calvario que en el fuego busca redención. Esta oda a la pasión y el arrebato es la antítesis de los valores democráticos, mucho menos románticos, como la tolerancia, el respeto o el pluralismo.

La democracia debe tener la iniciativa, recordaba ayer el expresidente Zapatero refiriéndose al conflicto catalán. Más allá de la conveniencia política o no de los indultos, el gobierno debe retomar la iniciativa para restaurar el mayor resquebrajamiento territorial y de convivencia que amenaza a España. Hay nuevo gobierno en la Generalitat, suma de las mayorías que han dado las urnas, las posibilidades aritméticas del Congreso de los diputados se han visto reducidas a una única dirección después del resultado de las elecciones madrileñas, y si como anunció la vicepresidenta Díaz, la legislatura comienza ahora, es el momento de arriesgar en una política de pactos que rompa el aplazamiento sine die.

Los deseos no se ajustan a las realidades fuera del mundo romántico, y ni el tripartito PSC-ERC-Comunes ha sido posible en Cataluña, ni las fisuras dentro del independentismo son insalvables, ni la coalición PSOE-Podemos es un gobierno fácil, ni los acuerdos con los nacionalistas periféricos son siempre cómodos, pero con estos mimbres se construye el futuro político de los dos próximos años. Y sin contar con la derecha, como algunos no paran de recordar en un mundo que fue y no volverá, porque rechazarán los indultos, las mesas de negociación o las leyes transformadoras. Están asentados en el inmovilismo adjetivado de constitucional, porque en lugar de pieza de arranque para la reforma algunos usan la norma suprema como el mausoleo de los héroes, al que solo cabe rendir homenaje.