El control rige nuestras vidas. Y no al revés. Los humanos tememos el descontrol, porque significa la pérdida de poder. Lo expresó, certeramente, el ilustrado francés Diderot: «Cuidado con el hombre que habla de poner las cosas en orden. Poner las cosas en orden siempre significa poner las cosas bajo su control».

En psicología vemos a pacientes aterrorizados ante la falta de autocontrol. Son personas que necesitan apoyo profesional porque no saben controlar sus impulsos. Las conductas violentas y las adicciones son algunos de los comportamientos más habituales que escapan al control propio. Pero resulta que este problema aparece también cuando necesitamos un control permanente. La ansiedad se apodera de estas personas que necesitan verificar, con detalle obsesivo, todo lo que les sucede y rodea. Los trastornos obsesivos compulsivos son rituales hipercontroladores. No confundamos conductas delictivas con trastornos psicológicos. El machismo, y no el cerebro, es el que provoca los celos y el afán de controlar a la pareja.

Fuera del código penal, la falta de autocontrol refleja el vértigo hacia la conducta propia. El poder puede llegar a controlar. Es más visible y reconocible. De hecho, la erótica del poder triunfó como afrodisiaco para los recién llegados a la política. Pero quien controla es el que, de verdad, tiene el poder. Suma, además, el halo de misterio y magia que, desde la oscuridad, todo lo supervisa. En resumen, nos gusta el poder y nos gusta mandar. Pero lo que de verdad deseamos es controlar.

Una semana más asistimos a dos tipos de noticias de actualidad. Las buenas y las que nos inundan. Entre las primeras encontramos los acuerdos para renovar los ertes hasta el mes de septiembre y para reformar las pensiones. Da gusto que un gobierno progresista y unos sindicatos reivindicativos lleguen a acuerdos con esta patronal. Pero la ofensiva conservadora, necesita fuego a distracción.

El apocalipsis rojo llega con los posibles indultos a presos del proceso soberanista de Cataluña. Si partimos de un problema político, como diagnóstico, la solución también lo debería ser. Por todas las partes. Y mejor que sea un acuerdo público y compartido. Como dice Zapatero, ahora nadie se acuerda de las conversaciones con ETA, ¡pero qué felices somos sin terrorismo! Sin olvidar a las víctimas, por supuesto.

El pánico a perder el control del descontrol nacionalista irrita a independentistas y aterra a las derechas. Contra Puigdemont votábamos mejor, es el lema de Casado y sus aliados. Encima sus amigos ultras les tocan los apoyos en Andalucía. Un poquito de allí, unas gotas de nacionalismos varios, una pizca de política del Tribunal Supremo estilo Lesmes y, si hace falta, se declara la guerra a Marruecos. Si la cosa no tira, se añade voxtamina. Esa píldora, azul camisa, para la erección de himnos, retratos y banderas en el frente escolar, cara al sol del amanecer murciano. Las derechas descubren una nueva técnica para controlar la opinión ciudadana: la himnosis. Consiste en fijar la atención en himnos y símbolos patrios, con estímulos emocionales, repitiendo monótonamente, una y otra vez, diversas mentiras. Pero no saben que intentar controlar a una persona, en contra de su voluntad, por parte de un hipnotizador es otro falso mito de la hipnosis.

Por Aragón llegan ecos de la ofensiva. Lambán, a su vuelta, encontrará un Parlamento con los conservadores de marcha. Le ayudarán, con Cataluña, a posicionarse de nuevo contra Sánchez. Entre Felipe González y cía., o su Gobierno, no sabemos qué incomodidad se impondrá. Desde la izquierda, la dimisión de la diputada de Podemos, Erika Sanz, revela que no todos los morados están tan cómodos como Maru Díaz en el Pignatelli. Echan de menos algún descontrol hacia la izquierda, ya que están demasiado habituados a asentir algunas inclinaciones diestras de Don Javier.

El miércoles estuvimos en la entrega de los premios Aragoneses del Año. ¡Lo que nos alegramos de vernos, tanta gente y tan diversa, solo por el mero hecho de estar controladamente juntos! Vas allí y luego te da no sé qué criticar a personas humanas, aunque sean de derechas. Y los progresistas, hasta se ven más de izquierdas. Y todos nos queríamos abrazar con palabras que saltaban sobre las mascarillas. Nos reímos juntos y no contra los demás...

En fin, que me descontrolo. La salud es vida y es vernos. Y ayer se inauguró la feria del libro de Zaragoza. ¡Qué más podemos pedir! Se me ocurren cosas, pero ahora me sale un grito: ¡alegraos, el fin del descontrol está cerca!