Terminar un libro es difícil aunque no hagas otra cosa. Imagina si entretanto diriges un país. Hace un par de años, cuando Pedro Sánchez fue el primer presidente de Gobierno de España que publicaba sus memorias mientras ocupaba el cargo, la editorial señaló con razón la hazaña.

Si además de publicar el libro lo escribes, la tarea es aún más complicada. Eso es lo que intentaba Boris Johnson, el primer ministro británico, que firmó en 2015 un contrato para escribir una biografía de Shakespeare que resolvería la duda acuciante de si el autor de Hamlet era «para tanto» o más bien lo que podríamos traducir como «flojico, don William». Recibió 88.000 libras de adelanto al firmar, de las supuestas 500.000 libras totales. La suma, cuenta el Financial Times, es verosímil: las novelas y libros de no ficción de Johnson (entre ellos, una biografía de Churchill) se habían vendido muy bien. En la época tenía una columna semanal en el Daily Telegraph (unas 260.000 libras al año). Luego, ya se sabe, la vida se complica y procrastinamos como Hamlet: Johnson, que era alcalde de Londres al firmar el contrato, vivió unos años intensos, con el referéndum del Brexit, su cargo de ministro de exteriores y su ocupación de primer ministro. De que su vida personal es bastante agitada da una pista su página de Wikipedia, que, con respecto al número de hijos del político británico, señala «al menos seis». Tenía algunas dificultades económicas: debía pagar un divorcio, pensión alimenticia y redecorar la residencia de Downing Street. Esta semana había inquietud por lo que pudiera revelar el exasesor, Dominic Cummings, que criticó en una comparecencia el manejo de la pandemia. Al parecer, Johnson subestimó el peligro (propuso inyectarse el virus en directo para mostrar que no era para tanto). Se especula con que la escritura del libro sobre Shakespeare hubiera apartado al primer ministro de sus funciones: se saltó unas reuniones y se marchó al campo unos días, justo cuando el covid-19 empezaba a llegar al país. «Alas, poor Boris» se titula artículo wodehousiano de Robert Shrimsley en el Financial Times, con un pobre primer ministro intentando escribir sus 130.000 palabras en medio de tediosas reuniones sobre la enfermedad: cualquiera que haya recibido una llamada de una compañía telefónica cuando intentaba terminar un trabajo puede simpatizar con el político. Según Fernando Trueba, para hacer una obra maestra conviene estar algo distraído: por ese lado, Johnson no debería quejarse.