Conviene mirar de lejos para ver bien lo que hay cerca. No hay paradoja, ni contradicción, ni siquiera trabalenguas. Nada como tomar distancia y mirar de lejos para percatarse de lo que nos envuelve y rodea. Eso, por ejemplo, es lo que ocurre cuando, por un motivo u otro, sustituimos nuestro país por otro como lugar de residencia o de vacaciones; al contemplarlo de lejos lo sentimos y conocemos mejor que antes. Y, si me apuran, el mismo caso se produce respecto a las personas e incluso los momentos y situaciones: alejarse, tener perspectiva, no quita sino aporta información sobre las cosas, siempre, claro está, que mantengamos los ojos como llaves, llaves que abren misterios, clausuras, silencios...

Al leer hace ya un tiempo la novela Gorrión rojo, parte de una trilogía, convertida después en película de idéntico título, descubrí que su autor, Jason Matthews, exagente de la CIA en Europa era, probablemente gracias a su profesión, un gran observador y conocedor de la mente y el alma humana. Matthews falleció hace apenas un mes debido a una terrible enfermedad y no puedo por menos que agradecerle el haber sabido tomar distancia de esa profesión y haber encontrado palabras precisas para describir no solo el mundo en que se desenvuelven las más crudas formas de poder y dominación sino nuestra condición misma.

En boca de uno de sus personajes Matthews afirma: «Todo ser humano es un puzle de necesidades» para, a renglón seguido, ordenar a los aspirantes a espía que encuentren la pieza que a sus objetivos les falta para conseguir que les cuenten «todo». Es evidente que en el mundo del espionaje o del marketing y la publicidad, donde hay claros intereses de por medio, esa es una clave fundamental. La cuestión es, ¿cuánto de eso hay en nuestras vidas cotidianas ajenas a esa forma de estar en el mundo? Tengo para mí que, al margen de ese mandato, buena parte de nuestro día a día se entiende y desenvuelve también a través de la definición de Matthews: «todos somos un puzle de necesidades».

Y aunque a todos nos alcanza esa idea de fragmentación e imperfección, la pieza o piezas que a cada uno nos falta varía y es eso lo que nos hace profunda e irrenunciablemente diferentes. Así, en la infancia las piezas que precisamos nos las aporta la familia; en la adolescencia, en cambio, el protagonismo familiar deja paso al de la amistad. Tampoco son exactamente las mismas piezas las que a la edad madura todos buscamos. Ser hombre o mujer, entiendo que no es una cuestión baladí en todo esto, por ejemplo. De nosotras, las mujeres, he escuchado y no siempre con ánimo constructivo, que somos más complejas o complicadas. Se me ocurre que quizás se deba a que requerimos más piezas para completar el puzle… No sé, es solo una intuición, tendré que seguir pensando en ello. Sea como fuere creo que cuando damos con aquellos que son capaces de hallar las piezas que a todos nos faltan para completar nuestro puzle y no utilizan esa información en su propio provecho sino en favor del otro, hemos dado con una buena persona o un amigo. Mirar de lejos me enseñó eso.