Opinión | Todo es política
Del nacionalismo periférico al nacionalismo de interior
Las circunscripciones de las provincias poco pobladas serán determinantes en las próximas elecciones, y el PP y el PSOE lo saben
El hundimiento del PSOE en las pasadas elecciones de la Comunidad de Madrid y la práctica desaparición del PP en Barcelona han desinflado la importancia electoralista que tradicionalmente han tenido estos dos grandes centros políticos. Ambos ejes seguirán siendo determinantes para ambos partidos y para el foco de la actualidad, pero a la hora de configurar las mayorías en el Congreso de los Diputados ha disminuido la trascendencia de ambas. Los réditos electorales que gana un partido en un sitio los pierde en el otro, por lo que la balanza queda equilibrada en cómputo de escaños totales en el Congreso, que entre ambas circunscripciones suman 69. Una quinta parte de todos los escaños en juego.
Esta cantidad nada desdeñable en las dos zonas donde se han librado las principales batallas electorales tiene el contrapeso en los 68 diputados que se reparten las 21 provincias que tienen en liza 4 o menos escaños por circunscripción. Antes apenas tenían interés para los dos partidos mayoritarios, pero desde que los colectivos territoriales lograron incluir la despoblación en la agenda, hartos de olvidos perpetuos, y se organizaron políticamente, la ley d’Hont puede dar en estas provincias al PP y el PSOE la Moncloa, un Gobierno autonómico o un disgusto. La saludable llegada de Teruel Existe, que fue la formación más votada en esa provincia en 2019 tendrá un efecto dominó en otras provincias. Tanto el PP como el PSOE saben que ahora tan importante o más que Madrid o Barcelona será la suma de los escaños de Teruel, Soria, Huesca, Zamora, Guadalajara o Cuenca.
Si en las pasadas citas electorales el éxito de la llamada nueva política de Podemos y Ciudadanos condicionó la estrategia del resto, una vez que ha bajado ese suflé y cuando parece que la extrema derecha tiene su tope en torno al 15% de los votos (lo que le impide ser determinante en las circunscripciones menos pobladas), el verdadero dolor de cabeza para el PP y el PSOE son las agrupaciones electorales como Teruel Existe, que tienen un buen futuro en las provincias poco pobladas. Basta ver Aragón, donde la irrupción de la plataforma incomoda a los socialistas y los conservadores. Y además pueden acabar con las aspiraciones de formaciones autonomistas o regionalistas que pueden quedar superadas por el discurso de estos colectivos.
De los 350 diputados del Congreso, 40 son de opciones con implantación únicamente autonómica o provincial. De ellos, 32 son nacionalistas vascos y catalanes. Ocho son de esa España que nunca interesó a la política centralista. Por ello, hay que tener muy en cuenta que en las próximas convocatorias electorales tan influyente como el nacionalismo periférico será lo que podría considerarse ya un nacionalismo de interior. Porque estas formaciones empiezan a semejarse a las nacionalistas al compartir algunas premisas clásicas de su argumentario: el victimismo y la exaltación del agravio. Y, como el nacionalismo catalán y vasco, su método de negociación tampoco está tan alejado: apoyan a quien sea por una autovía o tren que pase por su zona. Lo cual da que pensar sobre cómo han actuado durante años los gobiernos del país, que solo vertebran si se les da el voto que necesitan. Además, empiezan a introducir discursos diferenciadores que tienen un punto discriminatorio e insolidario. La última prueba, la petición de rebajas fiscales para quienes viven en zonas despobladas, como si la fiscalidad justa se estableciera según el lugar en el que uno vive y no sobre la renta personal. No se soluciona una discriminación con otra. También, como el nacionalismo, se empieza a implantar cierto recelo hacia lo externo, en este caso hacia la «gente de la ciudad», cuando se atreve a opinar sobre algunos proyectos para el medio rural. Algunos de ellos son meramente especulativos que solo se sirven de los recursos del interior, pero bajo el supuesto beneficio colectivo se venden como la panacea para la España interior. En esto, la crítica es compartida también por gente de los grandes partidos. Y muchas veces, quien critica con más denuedo a «los de ciudad» por cuestionar proyectos empresariales o personales vive también en ellas o sabe que esos proyectos podrán ser en el futuro una buena puerta giratoria.
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