Burbáguena es uno de esos pueblecitos a medio camino entre Zaragoza y Teruel, bañado por las aguas del Jiloca y un ejemplo de esa España que se vacía y envejece. Burbáguena tiene su molino, su iglesia, su guardería y una forja donde el escultor José Azul diseña sus épicas esculturas de bestias y otras figuras, mientras el sol de invierno se hace pálido y frío. Burbáguena también tiene un centro de acogida de Accem para 50 migrantes y donde, tras un viaje en patera jugándose la vida y los recuerdos, abandonados al claro de la luna que se convierte en un infierno en la oscuridad de alta mar, han llegado Amadou, Mohamed, Aboubacar… Leo la noticia y sonrío, porque en ella se insinúa que quizá alguna de estas personas podría quedarse en la comarca, trabajar allí y quién sabe si crear una familia o poder traer hasta nuestro país a aquella que les espera en sus países de origen.

En España hay muchos burbáguenas, pero también hay odio, resentimiento y profundo rechazo hacia aquellos migrantes que, huyendo de la miseria, la guerra y el hambre, se lanzan al profundo y oscuro mar buscando un futuro nuevo. A diario vemos las imágenes de migrantes llegando a las costas europeas –los que tienen suerte– y de qué forma la solidaridad se salpica con la intransigencia de aquellos que no han aprendido nada de un siglo XX marcado en Europa por las guerras, los éxodos y el deterioro de muchas, demasiadas mentes humanas que llegaron a aplaudir genocidios justificados por cuestiones de raza, religión, de fondo ideológico y de carácter económico.

Nuestra guerra civil fue la guerra más incivil a la que se puede someter a un pueblo, nuestras dos guerras mundiales trajeron el desastre, el caos, la muerte, la destrucción, y los asesinatos y violaciones en masa; la guerra de los Balcanes nos dejó heridos porque Europa, la milenaria Europa, volvía a desangrase en un conflicto étnico, donde los poderes religiosos y políticos de las diferentes etnias castigaban ejemplarmente y con inmensa dureza a la contraria.

Burbáguena, en estos días turbios de venganzas, se convierte en lo mejor de esa Europa que anda confundida y amenazada por discursos racistas, xenófobos y de supremacía, donde todo aquel que no piense como ellos merece la muerte y todo aquel que no sea europeo, con solera y piel blanca o con el bolsillo bien cubierto, tiene que ser expulsado de nuestras fronteras patrias.

Las fronteras, como las banderas, son el germen de discursos que lo que buscan es señalar al diferente para poder lapidarlo públicamente y entre los vítores de quienes siguen al líder, que se ha hecho a base del sufrimiento de muchas personas, de calumnias y mentiras repetidas hasta la saciedad. No son buenos tiempos para la lírica, lo sé, ni para el humanismo, ni para las utopías, pero las precisamos para salvarnos. Porque sí: Burbáguena es la Europa que necesitamos.