No hay nada más desconcertante que quién tiene que tomar decisiones de estado no las tome para no equivocarse o las envuelva en una contradicción. Las batallas que se han establecido en torno a las vacunas, sobre su efectividad y sus efectos secundarios, nos han tenido, durante mucho tiempo, en una inquietante incertidumbre. Las políticas y las guerras comerciales, las prisas por llegar el primero al mercado han puesto en evidencia la inmadurez y la falta de rigor para gestionar esta pandemia, aun así, la ciudadanía, literalmente a duras penas, hemos ido sobreviviendo para conseguir alcanzar la luz optimista de la vacunación. Cuando recibí la primera dosis en el Centro de Salud Las Fuentes, salí a la calle y los verdes de los jardines me parecían más intensos, quizá esa inyección llevaba algo de optimismo. Ha pasado mucho tiempo desde el primer confinamiento, las restricciones, el vivir de subvenciones o no poder vivir ni convivir, sin duda nos ha dejado una huella que quedará en la memoria para recordarnos nuestra fragilidad frente a patógenos invisibles que pululan por no se sabe muy bien dónde.

Lo cierto es que esta primavera no es una cualquiera, el monte, los valles, los campos están exuberantes, espléndidos. Hemos estado recluidos pero la naturaleza ha aprovechado el momento para darnos a entender que si la cuidamos responde generosamente para hacernos la vida mejor, hasta la maltrecha autovía mudéjar se ha llenado de encanto con los amarillos de las genistas. La responsabilidad por el cuidado de nuestro entorno es fundamental para construir un futuro habitable y sostenible. Curiosamente, en estos días, se ha recordado a uno de los científicos más interesantes que ha dado la ciencia, Alexander von Humboldt. Este naturalista, geógrafo y humanista dedicó su vida a estudiar lo que nadie sabía, el potencial que tiene la naturaleza viva y los habitantes que la circundan, una lección de respeto y de sabiduría de ese tesoro en el que vivimos llamado Tierra. Este histórico personaje llamó mi interés y, en 2015, realicé una exposición pictórica basada en sus hallazgos, principalmente por América del Sur. Una aventura presentada en la Real Academia de la Historia en Madrid ciertamente interesante.

El equinoccio de primavera se asocia a nuevas posibilidades, a esperanzas fundamentadas, quizá por ello ha sido fuente de inspiración para numerosos artistas, pintores que van desde el Quattrocento como Botticelli, a los maestros del impresionismo como Monet, Sisley o Morisot, hasta llegar a los más vanguardistas del suprematismo ruso como fue Kazimir Malévich. Músicos desde Vivaldi a Santana o Manu Chao, han dejado la ilusión del allegro, pero, a veces, se convierte en tristeza y terror cuando surgen, como cada año, los malditos incendios forestales; aún no ha llegado el calor de verano y ya se han dado prisa, de una manera u otra, en activarse los incendiarios. «Impidamos que la tierra verde se convierta en tierra negra» dice Santana y quedémonos con la impresión que tuvo Malévich cuando vio un paisaje de Monet: «Por primera vez vi la luminosa atmósfera del cielo azul y los tonos de color puro transparente».