La colección Sin Ficción que dirige Marta Robles con el sello Alrevés sigue adentrándose en los meandros de la naturaleza humana a base de indagar en casos cuya gravedad y misterio, por su intrínseca incomprensión, nos alteran y desafían a intentar entenderlos, prevenirlos o combatirlos.

El último protagonista de esta apasionante serie de ensayos sobre nuestra realidad delictiva y criminal es Alfredo Galán Sotillo, más conocido por el apodo de El asesino de la baraja.

En el recién aparecido libro La muerte en un naipe, Jimena Tierra, especializada en crónica negra, documentoscopia y otras disciplinas muy útiles para investigaciones como la que acaba de llevar a cabo, nos ha contado la historia de Galán Sotillo.

La de un ex militar español que, un mal día, de manera por completo inexplicable, decidió salir a la calle, armado con su pistola reglamentaria, una Tokarev TT-33, para matar a alguien.

Al primero que se le ocurrió, habría que pensar, dada la espantosa ausencia de una causa, un motivo, una razón, un plan o un objetivo concreto que, al menos, justificase una acción, por sádica y letal que fuere. Pero en ése y en los sucesivos ataques armados, mortales, de Galán, no concurrían causas aparentes. «Porque en los crímenes perfectos, no las hay», nos advierte Jimena Tierra mientras describe la escena de su primer crimen, cometido el 24 de enero del 2003 en una portería madrileña, un modesto piso en una planta baja de la calle Alonso Cano donde el criminal penetró, aprovechando que la puerta está abierta. Galán entró y «a cañón tocante» descargó un tiro en la nuca del portero, que se desangró mientras él huía… El descubrimiento de un naipe en el escenario del asesinato inspiró el mote de este nuevo criminal e hizo que la policía lo relacionase con aquel otro asesino del rol que igualmente mataba por placer, al albur de la suerte, tocándole al primero que se cruzaba en su camino cuando salía de caza…

Galán, uno de los peores asesinos en serie de nuestra historia, llegaría a sumar hasta nueve víctimas hasta que el 3 de julio de 2003 se entregó en la comisaría de Puertollano, donde había nacido. La justicia lo condenó a ciento cuarenta y dos años, pero, previsiblemente, dentro de unos diez saldrá libre. La muerte en un naipe nos cuenta su historia.