Si los dirigentes de los partidos y los politólogos, que analizan la situación a jornada completa ante los micrófonos, dedicaran unos minutos diarios a pasearse a cuerpo y hablar con la gente, obtendrían consecuencias muy pesimistas acerca de la realidad. La más importante, a mi juicio, es que el guirigay político, el enfrentamiento por tierra, mar y aire que no da un día de tregua, los obuses de grueso calibre lanzados contra el Gobierno en cada sesión de control parlamentario, o las incesantes andanadas de bulos que inundan las redes sociales (tantos que la imaginación de sus creadores flaquea y se ven obligados a reciclar bulos de hace un año o dos) están empezando ya a deteriorar la convivencia entre los ciudadanos españoles, y no solo en esos ecosistemas cerrados que son Cataluña y Madrid, sino en todas partes.

Es un hecho constatable: lo que me atrevería a llamar el populismo 5G, inaugurado a todo trapo por Donald Trump, ha colonizado por completo a la derecha española. Y el ritmo al que se multiplica crece día a día. En realidad no es un fenómeno nuevo, ni siquiera ha alcanzado mayor sofisticación intelectual de la que alcanzaron los especialistas de Hitler. Todo consiste en señalar a los enemigos del pueblo. Entonces los judíos y los izquierdistas, ahora la incompetencia del Gobierno, la ambición de Pedro Sánchez, los independentistas y nacionalistas, las feministas y los comunistas bolivarianos (no por casualidad, ahí están todas las fuerzas parlamentarias y sociales en las que puede apoyarse el ejecutivo). A continuación, se culpa a esos enemigos de todos los males que nos aquejan, reales o imaginarios: de la pandemia, de la crisis económica, de castigar a los madrileños (madrileñófobo, llaman a un presidente nacido, criado y vecino de Madrid) y robarles su preciada libertad a la madrileña, consistente en tomar cañas, bailar hasta las tantas, hacer botellón y seguir votando al PP a pesar del criadero de ranas que amamantó Esperanza Aguirre con púnica, gurtel, y másteres tan falsos como un euro de madera, entre otras lindezas de las que solo se habla cuando un juez se pone terco.

Pero esas acusaciones dan de sí lo que dan de sí. Hace menos de un mes teníamos a la derecha clamando por el fin del estado de alarma porque traería el caos (si se hubiese prorrogado, habrían dicho que gobiernan de manera dictatorial), y el caos consiste en un proceso de vacunación francamente bien llevado en todas partes y en el consiguiente freno al covid. Mayo ha marcado cifras récord en empleo y, aunque la crisis sigue siendo feroz, los economistas auguran unánimemente una salida relativamente rápida cuando se venza a la pandemia. Y lo de Madrid… pues qué quieren que les diga. Así que hay que estar atento y disparar a todo lo que se mueve. ¿Que Marruecos chantajea al Gobierno español manipulando a sus jóvenes contra una decisión soberana, y humanitaria, del Reino de España? Eso es nada menos que una invasión. Y la culpa, ¿cómo no?, es de Pedro Sánchez, que no viajó a Marruecos nada más tomar posesión, olvidando que esa toma de posesión fue en enero de 2020 y la pandemia obligó a cerrar fronteras en marzo. Olvidando también que la política exterior es una cuestión de estado, pero eso no es tan extraño: demasiadas veces ha dado la impresión de que la única cuestión de estado para la derecha es gobernar.

Y como resulta que lo de Marruecos, mal que bien, se sosiega, toca hablar de los indultos a presos del procés. Traición, incluso Alta Traición. He perdido la cuenta ya de las veces que se hace imposible encontrar cinco diferencias, como en los pasatiempos, entre el discurso del PP y el de Vox, pero no olvido las palabras de plomo de un Rajoy en la oposición cuando Zapatero inició el diálogo con ETA que acabó con la banda terrorista, ya muy debilitada por la firmeza policial, política y judicial: Ha traicionado a los muertos.

Así se inocula el odio entre los españoles. Con un potente arsenal mediático dedicado a esa machacona propaganda, con interpretaciones sesgadas, medias verdades y mentiras a secas, destinadas a intentar maniatar al Gobierno de un país apelando a los sentimientos, nunca a la razón.

Sin duda ese Gobierno comete errores y entra en contradicciones, claro está. Y uno de los peores errores es su fracaso al imponer la agenda del debate y dejarla en manos de la derecha, al situarse en una posición defensiva ante el aluvión de insultos y descalificaciones. Tiene en sus manos el Boletín Oficial y esa es un arma poderosa que, tengo la impresión, utiliza torpemente. Pero también reconozco que es difícil intentar ejercicios de pedagogía política y de racionalidad en medio de este ruido infernal.

Y lo peor es que, en esta batalla sin reglas por el poder, la ultraderecha saca tajada y, aprovechando su peso decisivo en las instituciones que gobierna el PP, dan pasos claramente neofascistas. Volveremos a verlos juntos en la Plaza de Colón aunque regateen la foto (coyunda con preservativo, lo define Josep Ramoneda). Volveremos a ver mesas pidiendo firmas a pesar de que las anteriores solo sirvieran para enconar el conflicto catalán.

Mientras, en Murcia se impone el himno obligatorio en las escuelas y el retrato de Su Excelencia (ay, no, de Su Majestad) presidiendo las aulas. No digo que solo falta el del Ausente para no dar ideas. En Andalucía castigan a sus socios votando contra la Ley del Suelo por no ceder a sus exigencias xenófobas. Y en Madrid, el alcalde que ha visto pelar las barbas de sus vecinos pone las suyas a remojar y anuncia un monumento a la Legión… en la Plaza de Oriente. Bueno, que sepan los madrileños que eso también iba en el pack que votaron, junto a la libertad a la madrileña. Como los callos.