Vamos demasiado rápido por la vida, parece como si algo nos lo demandase porque estuviésemos siempre fuera de plazo. Además, hemos encontrado el filón de una mina: debatir sobre cualquier cuestión que aparezca en escena y lo hacemos embutidos en los mayores y más exactos conocimientos al respecto.

En este país hemos pasado de una dictadura de cuarenta años, en la que se tenía prohibido el pensamiento y la opinión, excepto la del régimen, claro está, a una nueva situación en la que nos levantamos por la mañana y debemos ser capaces de mostrar nuestro alto conocimiento sobre cualquier acontecer que esté sucediendo, pues tanto los partidos políticos como los medios de comunicación necesitan saber cuál es el poder de su mensaje, cómo ha calado en la calle y, por tanto, utilizarlo como artillería pesada frente al otro, sea quien sea. La escena que he descrito perdura hasta el siguiente motivo y no importa que el anterior quede sin resolver, hay que tener movilizado al ciudadano. Es preciso manifestar alto y claro que el de enfrente no solo está equivocado, sino que, además, es un enemigo de la patria.

La participación ciudadana en la vida de la sociedad es necesaria, pero lo es desde una perspectiva del pensamiento, de la reflexión y, sobre todo, en la valoración de diferentes soluciones a los problemas; y es precisamente en ese punto dónde conoceremos las diferentes capacidades de los líderes que tenemos, y cómo coinciden, o no, en la búsqueda de la solución, incluso cuando el problema a resolver sea, lo que conocemos como, una cuestión de estado. Veremos que la unión para el bien general es lo obligado. Las batallas familiares ni las queremos ni producen avances.

Indulto y federalismo

Pero desde la filosofía democrática entendemos bien qué significa el debate y sus conclusiones. Voy a permitirme utilizar un ejemplo que muchos recordarán, el ingreso de España en la OTAN, no solo fue motivo de un gran debate social, además, el propio PSOE, que había ganado las elecciones generales de 1982, tenía una gran discusión interna sobre este tema que derivó en su XXX Congreso. El resultado, como bien recordarán, fue el sí a la OTAN y, a su vez, convocar un referéndum nacional, de este modo se cerraron todas las controversias y la posición apoyada por la organización fue la del sí a la OTAN, ya no hubo ni ganadores ni perdedores.

Si los que pierden una acción democrática aceptasen el resultado (como lo relatado en el párrafo anterior), estaríamos asumiendo el verdadero hecho de la libertad en democracia, sin embargo, si se convierten en enemigos permanentes, además, de estar ante unos malos perdedores, demuestran su falta de creencia democrática.

Cuando se renuncia a que unos queden fuera, por pensamiento diferente, es una mala y torticera forma de entender conceptos como convivencia y unidad. Pero pongamos nombre a esto: el caso catalán. Es cierto que hay un grupo, nada desdeñable, que defiende su independencia en relación al estado español. Mientras esto sea una posición ideológica, de debate libre y legal, estaremos ante un ejercicio democrático; no es lo mismo que cuando prima el resultado, con independencia de la opinión mayoritaria, y de espaldas a la legalidad. Esto es condenable porque margina, al menos, a otro número igual de catalanes que no lo entienden igual.

Vayamos ahora a quiénes gritan a favor de la unidad nacional, posición constitucionalista sin duda, que al tiempo que hacen esto niegan la existencia a los catalanes que defienden lo contrario. Entonces mi pregunta es, ¿qué se hace con estas personas, se las envía a la isla Robinson Crusoe, o intentamos llegar a ese tan exclusivo puerto llamado convivencia? No se puede soplar y sorber al tiempo, por eso es fundamental, en cualquier modelo de negociación y de resolución de conflictos, hablar con transparencia y sinceridad y sabiendo de antemano que ambas partes se dejarán jirones de piel en el camino, pero nunca habrán sido mejor destinados, ni producirán mejor final.

Por todo esto, y lleguemos al final, yo no estoy seguro de la función del indulto contrapuesto con la pena por incumplimiento de la Ley, pero ahí está, nada menos que en la Constitución de 1978, que no todos aprobaron. Así que, mientras sea un instrumento constitucional de uso libre por el Gobierno, interpretémoslo como un acto de concordia y con destino de colaborar al fin de las discrepancias.

Quienes manifiestan que no se arrepienten y volverán a hacer lo mismo, no hay más respuesta que la misma Ley: serán castigados legalmente. El indulto no es libertad para hacer lo que se quiera de por vida, tiene el sentido de reintegración y vuelta a la normalidad, ahora que este término está tan de moda.

En verdad, la libertad y la convivencia deben de ser el método democrático y la búsqueda de nuevos modelos que den amplitud de acción a todos, para mí, sin duda, es hacer de España un estado federal, no en balde rozamos estar en él, pero encubierto.