Rafael Castillejo era un pasaje a ese buen gusto perdido que decía buscar. Rafael Castillejo era un druida cercano que nos contaba nuestro propio pasado y nos regalaba viajes a un tiempo en el cual la vida era disfrutable en los placeres humildes que la sociedad de consumo ha devorado sin piedad.

Saber su muerte me ha supuesto, como a la multitud de sus seguidores, la tristeza de perder a una persona próxima, sencilla y generosa. Porque la generosidad de Rafael Castillejo fue una cualidad paralela a su habilidad para que todos nos sintiéramos bien en ese desván de puertas siempre abiertas, territorio variopinto pero ordenado en el que cada cosa estaba en su sitio.

Rafael Castillejo puso a nuestro alcance todos los contenidos que él compiló y documentó. Anfitrión que jamás aburrió, fue un líder que supo hacer grupo. En mi familia fue un privilegio contar con su compañía, apoyo y disponibilidad. Mi padre, que le admiraba incondicionalmente, también habría lamentado muchísimo esta despedida. Tuvo con él bastantes cafés y conversaciones que fraguaron una gran amistad. No en vano, mi padre hace años pedía que Zaragoza dedicara una calle a este cronista de la historia pequeña, esa que todos llevamos en el alma y nos agrada que nos muestren, a modo de espejo, con la entrañable sabiduría de Rafael Castillejo. Yo renuevo esa propuesta.

UN ÁLBUM de cromos. Escritor, conferenciante, actor, cantante y autor de obras utilizadas para estimular la memoria, Rafael Castillejo vivía en las antípodas de esta capoladora de urgencia en la cual los emoticonos se tragan las palabras y las expulsan de nuestros mensajes. Hoy expresarse parece reservado a mentes superdotadas. Ahora todo es reenviado a través de redes sociales y foros de WhatsApp sin reflexión, sin un breve comentario. Por el contrario y por aquello del buen gusto mencionado al comienzo, Rafael Castillejo fue un exquisito comunicador, un inmenso banco de horas al servicio de los buenos resultados que tanto y tantos disfrutamos en sus libros y en sus charlas.

Al Rafael niño la vida le robó un álbum de cromos, según él mismo contaba alguna vez y escribió en sus Recuerdos Compartidos. Tras mucho tiempo y tabletas de chocolate, el chaval completó la colección y la presentó para recibir el obsequio que la marca prometía. Pero el tendero que le atendió, le secuestró el álbum para enviarlo a no sé dónde y, ante la estupefacción del chiquillo, se limitó a decirle que ya le sería devuelto cuando estuviera sellado.

Hoy Rafael Castillejo por fin habrá recuperado ese álbum. A nosotros nos quedan su desván y las luces mates de la añoranza. A nosotros nos toca darle las gracias y, con el tema Candilejas que utilizaba como inicio musical en sus presentaciones, decirle que es una pena que se haya marchado tan pronto de la sala.