Todo experto en comunicación sabe que una imagen vale más que mil palabras y que cada instantánea contiene un mensaje. Los 30 segundos entre Biden y Sánchez del pasado lunes dan pie a multitud de interpretaciones, pero desafortunadamente solo dejan clara una cosa: España es, actualmente, un país prescindible a ojos de Estados Unidos.

El ansia del Gobierno por conseguir una foto que enterrara la sensación de distancia entre administraciones, tras varios meses de infructuosos intentos de poner a Biden al teléfono, ha resultado mala consejera. La sensación que se ha trasladado a la opinión pública difiere mucho del objetivo perseguido.

Todos los encuentros de estas características están perfectamente pactados de antemano. Los Jefes de Gabinete, o los Ministros de Exteriores, acuerdan los pormenores minuciosamente, nada se deja al azar. La fotografía, muy codiciada cuando se trata de salir al lado del presidente americano, suele ser colofón de un intercambio de impresiones formal de duración variable. En el caso Biden-Sánchez, eso no se llegó a producir.

Pequeño formato

La agenda de Biden durante su viaje a Europa ha estado plagada de reuniones en pequeño formato, que han sido ampliamente recogidas por las redes sociales de POTUS (President of The United States) y de la Casa Blanca. Biden cuida con esmero la imagen que proyecta y su puesta de largo en el G7 y la OTAN no iba a ser una excepción. En cada uno de los encuentros con mandatarios extranjeros como Johnson, Merkel, Dragui, Macron, Ramaphosa o, incluso, los presidentes de las Repúblicas Bálticas, vemos a un Biden cómodo y extrovertido. En teoría España, como miembro del G20, debería haber estado en esa lista, pero el encuentro formal con Sánchez, por bien que solicitado con denuedo desde Madrid, nunca llegó a figurar en la agenda pública del presidente americano. Moncloa anunciaba reunión de mandatarios y la Casa Blanca marcaba un paso muy distinto. Y ahí radica el gran error del gabinete de Sánchez: eran tantas sus ganas de obtener esa foto que anunciaron el encuentro con Biden antes de tener el visto bueno de Washington. Y los americanos no perdonan estas cosas.

En los aún recientes encuentros Rajoy-Obama, y posteriormente Rajoy-Trump, el presidente español ya había hablado por teléfono con el inquilino de la Casa Blanca antes de saludarlo en persona. Los Jefes de Gabinete respectivos habían atado hasta el último cabo. Jorge Moragas llegó a presentarse a Trump antes de la cumbre de la OTAN para facilitar el acercamiento a Rajoy. Son cauces tan protocolariamente acotados que cuesta entender lo que ha pasado.

Gregor

Tirantez

La tirantez de la relación Biden-Sánchez tiene un mayor fondo político. El presidente americano respondió en su día a la llamada de felicitación post-electoral del Rey, pero no a la de Sánchez. Durante el ya famoso paseo de los 30 segundos, Biden tampoco hizo gala de su simpatía habitual y mantuvo una actitud distante que chocaba con el voluntarismo del presidente español. Esa frialdad, unida a la brevedad, es lo que más parece haber descolocado al entorno monclovita, que ha encajado un gol por la escuadra cuando lo que pretendía era anotarse un tanto de cara a la opinión pública.

Lo peor del caso es que nadie en Madrid se explica todavía el porqué. Ciertamente, las posiciones internacionales de España y Estados Unidos difieren en numerosos puntos. Pero ni el desafortunado conflicto con Marruecos por el Sáhara Occidental, ni la escasa inversión de España en defensa, ni las simpatías hacia Palestina en el espinoso avispero israelí, ni tan siquiera la templada posición española frente a la Venezuela de Maduro, explican tanta frialdad. Hay quien mantiene la teoría de que Sánchez y su gobierno de coalición con Podemos son percibidos por la actual administración demócrata como excesivamente cercanos a posiciones extremistas, de las que Biden siempre huyó cuando se le intentó etiquetar como simpatizante de los postulados de izquierda a la europea de Bernie Sanders. Sea lo que sea, en Madrid cunde el desconcierto cuando lo que se esperaba era un estrechamiento de relaciones tras la desaparición de la escena de Donald Trump.

Tras el saludo a Biden, Sánchez restó importancia a la duración del intercambio y, para sorpresa general, declaró que el paseíllo había bastado para tratar temas que, en condiciones normales, lleva horas debatir. Lo diga o no el Presidente, en todo caso, lo que han puesto de manifiesto esos 30 segundos es que, a ojos de Estados Unidos, España (o por lo menos la España de Sánchez) no está en la foto.