Hace pocos días, Belén y yo hablábamos de ellos. Quizá porque el buen tiempo y este vislumbrar el principio del fin de la pandemia empujan hacia la frivolidad. Estábamos en una cafetería, poniéndonos moradas de churros, porque hemos sustituido la operación «incierto bikini del verano» por la operación «eterno bañador negro de manga corta con pareo hasta las rodillas, estratégicamente colocado», que amplía felizmente nuestras opciones de nutrición. Entre otras cosas, nos preguntábamos si un amor platónico se podía considerar infidelidad. Al final decidimos que no (yo creo que, desde el principio, mostrábamos muy poca tendencia a decidir que sí). Frívolas e irresponsables, pensará un lector riguroso. Pues sí, tiene razón. Belén quiso ponerse algo seria: «Depende de si son platónicos porque lo son o porque no queda más remedio». Platónicos o imposibles, la cuestión es que todo conspira para que sean cada vez más seductores: nunca decepcionan porque solo vemos la perfección distante o incluso el ejemplo, y es fácil imaginar una maravillosa sonrisa lejana que llama y llama sin nombrarte nunca. Pero si no nombramos, no amamos.

Esos seres lejanos y admirados son pequeños dioses a la medida del calendario. Lo malo (o lo bueno) es que, de repente, nos parezca que coinciden con algún ser real. Tiene mucho de equivocación, un poco de milagro y otro poco de intento de meter en nuestra vida cotidiana algo más que el humilde tic-tac del tiempo que se escapa. ¿Les pasará a ellos lo mismo? No solo a los adolescentes, sino también a ese señor del maletín, tan serio y circunspecto. ¿Imaginará, como tú, culpables amores perfectamente inocentes? ¿Dejará que le duelan o lo tendrá todo controlado? Belén dice que ellos son más honestos y solo tienen fantasías sexuales. Yo no lo sé, ¿a ti qué te pasa?