Crear estereotipos no sé si sirve para algo. Puede resultar útil para entender algunas costumbres o formas sociales pero dudo de que no acabe siempre derivando en un encasillamiento interesado difícil de deshacer. Y si a eso se suma alguna connotación política, pues para qué más.

Por ejemplo, una persona que lleva la bandera de España en alguna prenda suele asociarse con unas determinadas ideas políticas. Portar la rojigualda en el cuello del polo, la muñeca, colgando en el retrovisor del coche o en forma de llavero es sinónimo de votar a la derecha. Del mismo modo, defender una economía sostenible, verde o pagar más impuestos para sostener y mejorar unos servicios públicos de calidad significa ir de progre. Esto dicho suavemente. En la vida cotidiana, suenan a fachas y comunistas. Manosear y pervertir ambos vocablos conlleva dirigir el paso hacia una realidad equívoca e injusta que en nada beneficia a una convivencia pacífica.

Esa identificación puede ser real en muchos casos pero no en todos. Y viendo cómo fluctúan los votos comicio tras comicio, todavía menos. Deberíamos saber ya a estas alturas de la película que las papeletas son las mismas y se mueven por todo el espectro político. Quién no conoce a alguien que haya votado a, al menos, tres partidos distintos a lo largo de su vida. En un momento dado, ha podido inclinarse por el PP, en otro por el PSOE y en otra cita electoral coger la papeleta morada. O haber votado al PSOE, después al PP y recientemente a Vox. No parece algo descabellado. En algunos casos la razón residirá en una evolución personal. En otros, social. Ni uno es el mismo a los 18 que a los 45, ni los partidos, ni el momento electoral en el que toca introducir el voto en la urna. Nota a pie de página requeriría la demagogia de ciertos discursos que acaban embaucando a más de uno.

Si hoy tuviéramos que hacerlo, encuestas del CIS aparte, cómo influiría la concesión de indultos podría pesar más que la pandemia, por ejemplo. Al ser un Gobierno socialista el que los va a conceder, las críticas, siempre lícitas y recomendables, han derivado en la ruptura de España, la venta de la soberanía nacional y el interés personal del propio presidente. Pero cuando el jefe de los empresarios españoles afirma que puede ser positivo para abrir una nueva etapa de diálogo y estabilidad en Cataluña, el estereotipo se desvanece. Uno y otro. El del mensaje de destrucción del país y el de que personas que posiblemente no piensen como Marx consideren oportuno investigar nuevas fórmulas en pro de la convivencia. Hasta la Iglesia catalana se ha posicionado del lado de esos indultos. Y comunistas, en principio, no parece que sean.