El sector de la exhibición cinematográfica ha vivido, al mismo tiempo, unas cuantas crisis de diversa índole. La más inmediata, la detonada por el cierre de los locales y su posterior reapertura parcial, ha supuesto un descenso vertiginoso tanto de la recaudación como del número de espectadores que no ha hecho más que sumarse a años de lento goteo de un sector en recesión. Durante la pandemia se ha consolidado la preeminencia de las plataformas digitales como modelo de explotación, acelerando más si cabe el cambio de costumbres en los espectadores. A esta crisis de demanda se ha sumado otra de oferta: los grandes estudios han reservado para mejores tiempos los grandes blockbusters, los reclamos que llenan las salas de forma mayoritaria, cuando no han sondeado de forma experimental el estreno directamente en el canal digital.

Esta crisis global tiene un impacto aún más contundente en el del ya frágil sector de la producción cinematográfica española. El caso del film Operación Camarón, que llega esta semana a las salas, es paradigmático. Su anunciado estreno en marzo de 2020 se truncó una semana antes de la implantación del estado de alarma y el confinamiento. Es un síntoma del estado del sector que este estreno sea percibido como un rayo de esperanza que reactive una facturación bajo mínimos y, al mismo tiempo, como un test para comprobar hasta qué punto mantiene su capacidad de atracción del gran público el cine hecho en España, con una larga lista de otras obras pendientes de llegar a las salas, esperando su oportunidad.

La llegada de las películas de acción y comedias habituales en esta temporada deberán competir con las ansias de disfrutar del aire libre y de una recuperada movilidad. A favor, la necesidad de satisfacer las ganas de diversión y de evasión del público. El deseo del espectador fiel de recuperar sus rutinas. En contra, el hecho de que el alejamiento forzoso de los cines pueda convertirse en una tendencia, agravada en este caso por el uso de las mascarillas en un espacio cerrado cuando en el exterior ya no serán obligatorias. Cuál será el resultado de este reto no es evidente –en el mismo sector conviven diversos grados de optimismo al respecto–, aunque el sector necesite de forma desesperada el regreso del público a las salas. Con todo, la prueba de fuego se vivirá en septiembre, cuando lleguen superproducciones internacionales de amplio espectro.

Las salas han hecho un esfuerzo notable y encomiable, desde que reabrieron, mucho antes que en otros países europeos, para mantenerse abiertas en condiciones de seguridad sanitaria . Han remado contracorriente, con un público retraído y una cartelera ocupada en gran parte con títulos dirigidos a un público fiel pero minoritario. Esa oferta, con todo, no es suficiente para mantener el negocio a gran escala, el que mantiene vivas las salas. ¿Volverán los espectadores al cine? ¿Se sentirán cómodos y tendrán suficientes alicientes? Toda una industria depende de ello.