Hablamos de concordato para referimos a aquel acuerdo entre la Santa Sede y un Estado, con objeto de regular las relaciones entre estos. Pero, en nuestra ecuación, entendemos como sujeto A, al gran pope de la parroquia socialista y líder político-espiritual de España, Monseñor Sánchez, y como sujeto B, al Estado catalán, con el que ha pactado los indultos de los presos del procés, todo en pro de «la convivencia y la concordia», o sea, garantizar la continuidad del gobierno socialista, que necesita a los catalanes para mantenerse. Se trata solo de un primer paso en ese camino hacia la España de la concordia, en la que todas «las fuerzas políticas y territorios deben permanecer unidos» en pro del pronto «relance económico» de nuestro país. Palabras de Dios. Y es que indultar para rebajar la tensión política y vehiculizar vías de diálogo y de acercamiento está muy bien, siempre y cuando la otra parte muestre signos de arrepentimiento al menos, y también de prudencia, gestos que nada tienen que ver con el proceder de los nueve indultados, que siguen firmes en su propósito independentista. No obstante, aunque los indultos alivien la situación de los presos, todavía quedan en el tintero y por resolver muchos flancos, como el de qué pasará con los huidos. Está claro que los indultos no vienen solos, la anunciada reforma del delito de sedición, facilitará sin duda una buena pista de aterrizaje para el regreso de Puigdemont sin cargos, especialmente si el propósito de Podemos, considerar la sedición un «concepto predemocrático» del orden público, llega a buen puerto, que lo hará, por mucho que fuentes socialistas aseguren que Puigdemont sería juzgado y condenado en el supuesto de que regresara a España. Prepárense para el final de la peli: de terror.