Este próximo sábado, 26 de junio, se celebrará en la localidad zaragozana de Zuera el congreso anual de la Asociación Aragonesa de Escritores. En el último fin de semana de junio del año 2003 nació esta organización y, en conmemoración, cada año en esas fechas lo celebramos.

Ramón J. Sender y Annual

Ramón J. Sender y Annual javier Fernández López

A nuestros 18 años, mayoría de edad, por tanto, hemos organizado un congreso muy animado con una idea fuerza muy potente: Ramón J. Sender. Para nosotros el escritor oscense, de Chalamera, es muy importante y lo demostramos con los hechos, nuestro premio anual lleva por nombre Imán y ese mismo es el que le dimos hace ya unos años a la revista que se publica con periodicidad semestral. Es alguien digno de todo elogio literario y hacemos lo posible para que sea recordado y leído.

La obra de este gran autor está claramente dividida en dos partes por la guerra civil (1936-1939). Sus primeras publicaciones tienen un marcado carácter de denuncia en una España en la que la realidad política es la de un fin de época. La restauración y el reinado de Alfonso XIII no pasan por sus mejores momentos y los problemas surgen por doquier, siendo el norte de África uno de los más importantes. Será allí, haciendo el servicio militar, cuando termine de asentar su ideología claramente anarquista.

Incidentes relacionados con la presencia española en el norte de África eran reseñados en prensa con habitualidad. Aunque era muy joven entonces, 1909, la Semana Trágica de Barcelona será uno de los hechos que años después estudiará y ayudarán a asentar su personalidad, al igual que el carácter de su padre, muy autoritario, con el que no mantendrá una relación amistosa. Su vocación literaria comenzará en Madrid, colaborando en diferentes medios escritos, con sueldos de miseria y asistiendo con asiduidad al Ateneo. Será el Desastre de Annual, en julio de 1921 (ahora se van a cumplir 100 años de este hecho), el que terminará por asentar sus ideas contrarias a la guerra en África. Y el servicio militar, posterior al desastre, le llevará a conocer de primera mano la realidad en aquellos territorios.

En su novela Imán, publicada años después, en 1930, nos describe Sender la vida en los cuarteles y blocaos de quienes estaban allí por voluntad propia, los oficiales, y los que habían tenido la mala suerte de tener que realizar allí su servicio militar, en contra de su voluntad. Y será la muerte de muchos de estos la que golpeará a la opinión pública que desconocía lo que allí ocurría.

En ese año de 1921 era el responsable militar de la zona occidental de responsabilidad española en el norte de África el general Fernández Silvestre, amigo personal del monarca. Pertenecía al Arma de Caballería y esperaba celebrar a su patrón Santiago el 25 de julio en Madrid. Sobre ese deseo de viaje a la capital y la relación personal del general con el rey se ha especulado y escrito mucho, por lo que invito a los interesados a que busquen bibliografía, muy abundante. Lo que está fuera de dudas, tras lo que ocurrió en Annual, es la mala, muy mala, planificación de la defensa. Tropas mal dotadas de vestimenta y armamento, situadas en puestos de defensa poco fortificados y demasiado separados entre sí, se verían sorprendidas por una ofensiva que causará entre los nuestros una derrota de dimensiones nunca antes vistas. El líder rifeño que dirigió a las tropas contra las españolas fue Abd El Krim, carismático jefe que supo convencer a las poblaciones de la zona para unirse contra los españoles, lo que nunca antes había ocurrido, llegando a formar un ejército de más de 16.000 hombres, a los que habría que ir sumando los indígenas enrolados en las filas españolas que se fueron uniendo a ellos.

El desastre fue de tal calibre que se estima en unos 13.000 los muertos y de ellos unos 11.000 españoles, entre los que hay que contar al general al mando. Estas cifras han sido discutidas pues no había datos exactos de la tropa, entre nacionales e indígenas, que formaba las defensas atacadas. Lo importante fue el mazazo que supuso para las miles de familias afectadas y para la opinión pública. La palabra desastre (muy utilizada en 1898) volvió a ser el principal calificativo que la prensa atribuyó a lo ocurrido.

Aunque la prensa dedicó muchas páginas a tratar de relatar esta derrota, fueron obras de investigación y novelas las que hicieron que los españoles, en los años siguientes, tomaran clara conciencia de la humillación. Entre las novelas, Imán, de Ramón J. Sender, se abrió paso enseguida entre las mejores y ayudó decisivamente al fin de la restauración y de la monarquía.