Tengo la impresión, soy consciente de que escasamente compartida, de que la pandemia se ha gestionado bien en líneas generales. Dentro de ese aprobado a la gestión incluyo a los gobiernos y administraciones de cualquier signo. Desde Sánchez a Núñez Feijóo, desde Lambán a Díaz Ayuso, desde Urkullu a Moreno Bonilla. Creo, sinceramente, que todos los gobernantes que han tenido que lidiar con este hecho sobrevenido e inesperado han actuado lo mejor que han podido y que cuando se estudie el impacto que tuvo el covid-19 en nuestras vidas, cuando se haya convertido en un episodio histórico más, se juzgará con ojos más benevolentes que los de ahora. O, al menos, se ha gestionado igual que en otros países que durante todo este tiempo se han puesto de ejemplo.

Pero el aprobado que creo que merecen por su gestión es directamente proporcional al suspenso que les atribuyo por su comportamiento político ante la pandemia. Un suspenso que en este sentido merecen todos los dirigentes anteriormente citados y los que no mento por no hacer la enumeración demasiado larga. Han sobrado consejos interterritoriales, afanes de protagonismo, discursos grandilocuentes de optimismo y de tremendismo a partes iguales. Han sido prescindibles los encontronazos por la cogobernanza, la búsqueda de réditos políticos en algo tan serio como una pandemia o los intentos desesperados de construir aparentes liderazgos, bien por el que lo ejerce o bien por el que lo intenta construir. En definitiva, ha sobrado una vez más lo peor de la política y ha faltado madurez, sentido de Estado, criterios técnicos y que pesara más la voz de los expertos que el intervencionismo de los políticos.

Algo parecido pienso de la actitud de la ciudadanía. Creo que mayoritariamente la excelente profesionalidad de miles de personas y el comportamiento cívico ante un drama colectivo para el que no estábamos preparados ha sido de notable alto, pero este se ha visto empañado por el ruido, el vómito histérico en las redes sociales o la impaciencia de algunos ante la incapacidad de hacer frente a la frustración de una sociedad poco acostumbrada a las decepciones. Como en el caso de la política, han sobrado tertulianos, falsos especialistas, comportamientos inmaduros, policías de balcón y, también asumo la autocrítica, horas y análisis precipitados en la radio, la televisión y en la prensa escrita.

No pretendo en estas líneas pecar de conformista o de benevolente, pero sí creo firmemente que en la política casi siempre lo que sobra y la desprestigia es la búsqueda del titular de telediario, el personalismo, la egolatría y la estrategia de partido por encima del interés general.

La pandemia pasará, probablemente estemos más cerca. Quedará el inmenso dolor de las pérdidas y el drama de quien no ha podido remontar económicamente. A lo largo de la historia ha habido muchas pandemias y todas han seguido un patrón de comportamiento semejante. Esta no ha sido la excepción. Bueno, sí ha habido una excepción que muchas veces pasamos de largo: la investigación científica ha permitido tener varias vacunas en tiempo récord y en un país como España cualquier ciudadano ha tenido la misma atención médica y sanitaria con independencia de su condición económica y social. No puede ser de otra manera, claro, pero conviene no olvidarlo porque ni fue así en este país a lo largo de su historia ni es algo habitual en la gran mayoría de los países del planeta.

En los últimos 40 años ha habido muchos debates en los que parecía que España se iba a romper y que la corrupción moral iba a degradar a toda una sociedad y nada de eso ha ocurrido. Las corrientes reaccionarias y oportunistas aprovecharon cualquier drama y cualquier avance para tratar de sembrar la discordia. Hicieron mucho ruido, pero siempre acabaron perdiendo y nunca se rompió nada. Sucedió con la ley del divorcio, con la unión de matrimonios del mismo sexo, con la ley de partidos y el fin de ETA, con la legalización del PCE y ahora pasará con la pandemia, la eutanasia o con los indultos a los presos independentistas. Con perspectiva y sin burdos intereses que pescar a corto plazo, las cosas siempre se ven de otra manera.