Atónitos vivimos estos días, con un ojo puesto en Mallorca y el otro en la vacunación. Mientras Sanidad acelera la inmunización de los menores de 30 años, un puñado de ellos sale a los balcones de sus habitaciones de hotel con sábanas y toallas donde se puede leer: Somos negativo, queremos salir. Libertad. Vaya.

Todo viene de la celebración de este extraño final de curso que ha llevado a miles de estudiantes a trasladar la fiesta a la isla balear. Muchas ganas de fiesta y poca distancia social han resultado una combinación explosiva. Más de 1.000 contagiados por coronavirus, 5.000 en cuarentena en toda España y algunos, pocos, obligados a pasar sus días de vacaciones haciendo cuarentena con vistas al mar o a la piscina. Establecimientos de cuatro estrellas convertidos en residencias covid, donde algunos, no todos, improvisan juergas y trafican con alcohol. Otros, cumplen resignados aunque también enfadados.

Denuncian un confinamiento selectivo, que muchos están siendo retenidos contra su voluntad, que les obliga a permanecer en sus habitaciones dando negativo en los test de coronavirus… Como siempre, pagan justos por pecadores. Pero es que la situación se estaba descontrolando, más de la cuenta, y las autoridades han tomado las mismas medidas que hasta ahora para contener este macrobrote originado en Mallorca y expandido por todo el país.

A todas luces era necesario intervenir. Resultaba lógico tomar medidas para evitar una propagación aún mayor en plena desescalada veraniega, impedir comportamientos incívicos que, sumados a la circulación de la variante delta y la falta de inmunización de los grupos de menor edad, retrasen el final de la pandemia. Pero, ¿no deberíamos empatizar con ellos, entender que son jóvenes con las hormonas en plena efervescencia y viviendo tiempos complicados?

En general lo han hecho bien. Han cumplido con el confinamiento, con las clases online, con la falta de contacto físico con sus amigos. Han estudiado, se han estresado, han sufrido, han aprobado los exámenes y la Evau…. Les hemos pedido durante estos 15 meses que se comporten como adultos. La mayoría lo ha hecho. Es verdad que algunos han sido irresponsables. Han contagiado a sus padres. Han puesto en riesgo a sus abuelos. Pero han sido situaciones puntuales.

Ahora que muchos ven cómo sus familiares están inmunizados y es cuestión de semanas que las inyecciones lleguen a sus brazos se han relajado. Más de la cuenta. Más de lo debido. Sí. Esperable, también. No son adultos maduros, aunque se lo reclamemos. Son tiempos raros.