Esta España con aroma a brea (lo cantó Cecilia) creó un asombroso Siglo de Oro en el que surgió la novela picaresca. Cuenta las aventuras de personajes astutos, ladinos y refinados. El género, como sus protagonistas, pasa de un lugar a otro, de amo en amo y por diversas esferas sociales. El pícaro sobrevive con engaños, timos y estafas. No es un villano, sino más bien un ingenuo que aprende sus trucos de los miembros respetables de la sociedad que lo excluye. Hoy la variante es otra: el engaño dominante del pícaro es traicionero y maledicente y en esa parte de España que es Cataluña el pícaro intenta obtener sabrosos beneficios a costa de un Estado que parece pasmado.

Pícaros recientes

Ramón del Valle Inclán, modernista de la generación del 98, ridiculizó amargamente a la sociedad española de su época en sus magistrales esperpentos. Los pícaros recientes nos vienen sorprendiendo en Cataluña con picardía esperpénticas, deformadas, con sabor a traición, felonía y prevaricación. Generan un trágico sentir que preocuparía a Unamuno. La picaresca clásica se queda corta para explicar las actuaciones desmedidas e insensatas del último parasitismo político, generador de un universo insolente y desvergonzado que parece patrocinado por un gobierno cómplice, regido por un yuppie socialista. Hay quien lo llama «socialista caviar». En ese entorno el desarrollo económico se entiende aplicado al patrimonio personal, en Galapagar o en otros sitios. El socialismo español muta hacia una monstruosa deformación de sus ideas fundacionales. «Cien años de honradez, pero ni uno más». Lo que este socialismo achacaba, con razón, a las derechas corruptas (las hay que no lo son) es ya la viga en el ojo propio.

En eso ha venido a dar la picaresca española, que ya merece otro nombre: los ere en Andalucía, la mansión de Galapagar, Ábalos y las cuarenta maletas de Delcy, los encarcelamientos espectaculares, las declaraciones, las cintas y las escuchas, los fondos de reptiles, los innumerables asesores… Por doquier aparece la realidad deformada de un país donde la picaresca está pasando a trágico esperpento, en el cual el socialismo está ya incluido por méritos propios.

En Medicina, que es mi profesión, un proceso no tratado adecuadamente en su día, una terapéutica –física, psíquica o experimental– mal concebida, mal diseñada, mal elegida y mal aplicada, con o sin nuevas tecnologías, conduce a un tremendo y doloroso fracaso, a cronificar la patología o, peor aún, a la tragedia letal. Pues, bien: el mitómano –es decir, el mentiroso irremediable– que preside nuestro gobierno dice que la «indultoterapia» frente al separatismo es necesaria para pasar de la judicialización de la política a la acción política autónoma. Es un error de diagnóstico que arrastra una terapia equivocada y peligrosa. Algunas políticas que los dirigentes de los partidos pretenden aplicar, y esta es una, están teñidas de incertidumbre y dudas y a menudo llevan a graves e irreversibles errores que producen nefastas consecuencias. La «sanchificación» del Gobierno y el partido socialista tendrá, ya tiene, efectos contrarios a los previstos por su responsable: más división, más animadversión, más hostilidad en el país, mientras la ingeniería educativa (¿?) intenta hacer de la sociedad un rebaño vacunable, acrítico y políticamente analfabeto.

La encantadora picaresca del Siglo de Oro ya no sirve para explicar la desmesura y la desvergüenza que exhibe el pícaro principal. Desviado de la ortodoxia del mejor socialismo español (lo hubo también pésimo), Sánchez encarna al líder poseído de una ambición sin apellidos honorables. La terapia ha de consistir en aplicar el resto de ética que queda en la calle y en el poder judicial y, acaso, en algunos políticos sin mayorías decisorias.