Estaba sentado frente a la ventana con la única función de no hacer nada. En ocasiones esto tiene su dificultad, pues es necesario implicarse con todo empeño para alcanzar el vacío mental: mirar a lo lejos para no ver nada, escuchar sonidos y no entrar en ninguno, en definitiva, me atrevería a decir que estaba como cuando en el ordenador hacemos un reset, que hasta volver a su funcionalidad te deja un tiempo en el que la duda se adueña de ti y piensas: ¿quedará en estado indefinido para siempre?, ¿me reconocerá y volverá a ser operativo conmigo?

La vida es un cúmulo inagotable de preguntas, algunas que nosotros mismos somos capaces de contestar, otras que nos llega la solución desde el exterior y un montón de ellas que se quedan en el almacén de dudas para siempre, y lo que me parece curioso es saber qué sucede con ese arsenal de dudas cuando morimos, pues muchas de ellas las tendrán una multitud de personas, pero estoy seguro de que habrá algunas de producción propia y si desaparecen nunca tendrá nadie la respuesta. Creo que algo deberá ocurrir, ya que en caso contrario estaríamos ante un fallo del sistema.

Imperfección necesaria

También es verdad que para que algo tenga contenido de realidad debe manifestar algún error, cierta imperfección que le dé el sentido de integración en nuestro mundo, ya que si este fuese perfecto, o no existiría o estaría en otro lugar. Así que bien pensado nuestro sello de identidad es el error y debo decir que no me importa, al contrario, creo que es un valor en sí mismo. Imaginemos qué sería de nosotros si nos despertásemos por la mañana y quedásemos imbuidos de la verdad absoluta, sería insoportable, la convivencia nula y no habría comprensión alguna para con nadie.

Si no nos esforzamos en entendernos a nosotros mismos, mal podemos hacerlo con los demás, y lo cierto es que perdemos poco tiempo en saber cuál es nuestra conducta como persona. Tenemos el convencimiento de que nunca se nos va a terminar el camino de la vida y, si lo pensamos bien, es tan limitado que por mucho que dure no es ni siquiera un suspiro. Podemos hacer algún comparativo: los estudios afirman que el planeta Tierra se formó hace 4.550 millones de años, son muchos años, pero si pensamos que el ser humano, como tal, apareció hace 2,5 millones de años, que la penicilina, primer antibiótico que nos da una especie de garantía de vida, fue descubierta hace 93 años, y que la esperanza de vida del ser humano a nivel mundial está en los 67 años ( no voy a continuar poniendo datos), creo que son suficientes detalles para entender lo que somos y cómo debemos aprovechar el tiempo que tenemos. Si de este pequeño ejercicio podemos alcanzar alguna conclusión sobre qué papel tenemos y hacemos, es posible que nos haga reflexionar sobre ciertas actitudes que adoptamos en la vida: si en términos de lógica son racionales y adónde nos conducen.

En 2012 éramos 7.000 millones de personas en la Tierra y se prevé que en 2050 seamos 9.500 millones, la mayoría de ellos en los países en desarrollo, en especial en África y nosotros, aquí y ahora, perdiendo el tiempo y la dignidad en combatir y acrecentar el abandono que hacemos sobre ellos, cuando sin duda van a ser la llave de nuestra continuidad.

¿Por qué el empeño en definir espacios, en pensar que lo compartido es disminución en lo propio y por qué entendemos la limitación como un activo que producimos?

Final propio

Qué lástima tanta inteligencia destinada a producir incomprensión, tristeza y odios, cuando no muertos en guerras y asimilados; deberíamos ser capaces de colocarnos, en alguna ocasión, frente a nuestro propio final y repasar lo que hemos hecho y para qué ha servido, si ha sido incluso para nuestro propio beneficio, y estoy seguro de que la duda sería la mejor y más frecuente respuesta.

Otro ejercicio interesante podría ser investigar sobre cuál sería la preferencia de las personas: vivir en un entorno reconocido como felicidad o poder inventariar que no nos falte nada, o sea, tener mucho de mucho. Podríamos encontrarnos respuestas que dijesen que no son situaciones excluyentes y seguro que sería difícil encontrar razones que las contradijesen, porque cualquier cosa puede suceder en este mundo, pero todo está en función de la necesidad, dice el refrán: «No es más rico quien más tiene sino el que menos necesita», y lo cierto es que suena bien, pero seguridad no le puedo dar, pues cada uno de nosotros tiene su propia filosofía.

Importa que la cantidad y calidad de la satisfacción con uno mismo sea la adecuada para él, porque lo peor que nos puede suceder es que la frase «me gustaría haberlo hecho» sea nuestra compañera de viaje.

En fin, comprender que formamos parte de un conjunto, que fuera de él no tenemos existencia es una de las primeras cosas que deberíamos entender, lo individual solo tiene el valor que compite a formarse como persona, pero colocarnos como elemento que conforma esa minúscula parte de nuestro planeta, no nos permite actuar como algo fundamental para que el sol salga por la mañana y se ponga por la noche. Es importante que entendamos nuestro valor con la madre naturaleza, lo más cercano al cero, solo ocupamos posición en la globalidad y aun así limitado a nuestra función.

Debemos ser consecuentes de cómo nuestra forma de actuar desencadena acciones negativas para nosotros mismos y, sin embargo, nos seguimos considerando los dueños absolutos, en realidad de nada. Es necesario que de vez en cuando nos sentemos frente a la ventana con el único propósito de entender quiénes somos, para qué estamos, medir nuestro tiempo y hacernos conscientes de él, que tiene su medida y no es difícil de calcular. Ubiquemos nuestro papel y lleguemos con él a ser nosotros y nadie más.