La remodelación del Gobierno emprendida por Sánchez con siete cambios ministeriales y el cese de su jefe de gabinete no responde a casi ninguna lógica. Ni orgánica, ni ideológica, ni ponderada con sus socios. Sánchez ha hecho una escabechina tan notable que no ha dudado en sacrificar a sus principales valedores. Dicen adiós Calvo, Ábalos y hasta el gurú Redondo.

Las cenizas del ave Sánchez

Las cenizas del ave Sánchez álvaro Sierra

Con tal matanza política quizá cabría preguntarse si Sánchez opta por la autocrítica. O es que tal sacrificio de los considerados como suyos es más una decisión descarnada e impersonal donde todos asumen responsabilidades y Sánchez siempre queda inmaculado.

Es la renovación tras las cenizas del ave Fénix donde Sánchez adquiere tan notable representación de la mitológica criatura para elevarse endiosado, magnánimo y resiliente. Sánchez sigue en el trono atornillado porque no hay crisis económica ni pandemia que le mueva. No hay principios en el sanchismo, sino objetivos. Sánchez nunca responde a las convicciones. Es todo supervivencia.

No puede tocar a Unidas Podemos, precisamente. No por ganas sino por estabilidad. Da igual que pesos o contrapesos tengan los morados. O su utilidad en las carteras que representan. Solo el ave Sánchez resurge de las cenizas de los que cesa pero sin ahondar en una crisis de coalición.

Visto lo visto ser cercano a Sánchez, o incluso ser su más leal servidor, es una profesión arriesgada. No solo es de récord que sigamos con 22 ministerios en plena crisis --y alguno de ellos de escasa utilidad-- sino que Sánchez haya cesado a 17 ministros en tan solo dos años. Los cambios se ajustan siempre a su oportunismo y nunca a una mejora sustancial de las políticas.

Solo Sánchez pilota las naves del progresismo: desde la Moncloa al PSOE. El presidente hace y deshace a su antojo sin consultar a nadie. Ni a los barones territoriales ni a sus más leales. El mensaje está claro. Nadie es intocable salvo el ave Sánchez.