Nos sentimos decepcionados porque no se cumplen nuestras expectativas. Como consecuencia de ese revés, sentimos frustración, pérdida y abandono. Pero el problema pertenece al mundo de los deseos, no al de la realidad. La decepción nos enreda y nos engulle como un agujero negro del comportamiento. Nos decepcionan los demás y lo que nos rodea.

Finalmente nos sentimos decepcionados de nosotros mismos. Ya somos unos fracasados. En ningún momento de este embudo centrípeto hacia la depresión analizamos que el error fue un cálculo equivocado de expectativas previas y no de sus resultados. Esto sucede porque a los humanos nos gusta ilusionarnos. La imaginación de soñar es poesía. Un arte maravilloso que nos llena la vida de vida. Las ensoñaciones irreales son bellas y necesarias, si están bajo control. Necesitamos racionalizar las emociones para que se expresen como sentimientos. De no ser así, los instintos se apoderarían de nuestra conducta animal. Por el contrario, si diseñamos cada paso de futuro en función de un algoritmo de expectativas, apenas nos diferenciamos de un autómata de la limpieza.

El equilibrio entre la vitalidad de la rumba y la eficacia de la Roomba, define una buena salud mental.

Nuestra eliminación de la Eurocopa ha frustrado unas expectativas inexistentes. Curioso. La consecuencia imprevista es que se ha generado una ilusión racional basada en el juego desplegado. La psicología aprende de la realidad. Llegan unos jovenzanos desconocidos y construyen una identidad deportiva como si fuera su personalidad. Luis Enrique, con inteligencia creativa, convierte la evolución futbolística de un equipo, en una revolución generacional con más expectativas que frustración, tras la derrota. Nos faltó la simpática picardía de Chiellini. Su actuación en el sorteo previo a los penaltis, solo es equiparable a la de Andrea Bocelli en la inauguración del torneo. Su ejercicio de experiencia, motivación y deportividad con humor desarboló a Jordi Alba y lo que representaba. Pura psicología deportiva. El seleccionador asturiano siguió las directrices del Gobierno para el regreso del talento emigrado. Tendremos que aprender del fútbol para gestionar un mecanismo obligatorio de selección UEFA, que nos permita volver a disfrutar de los compatriotas que desarrollan sus habilidades fuera de España.

Los necesitamos para la Roja del I+D+i. La semifinal tuvo detalles memorables. Los organizadores homenajearon a una Raffaella Carrá que protagonizó el calentamiento. Lógico. Menos mal que por allí no estaba rondando Sergio Ramos, que hubiera bufado contra la artista boloñesa que votaba comunista. España va bien cuando se parece a la selección. Y el equipo juega mejor cuando se parece al país. Pedro Sánchez y Pedri González, Pedro y Pedri, forman una pareja de garantía para nuestro futuro. Fue significativa la ausencia de jugadores del Real Madrid en el equipo. Todo un revés al diseño conservador de una hipotética capital de la libertad que no admite diversidad en las periferias. Como diría Vázquez Montalbán, la relación entre el fútbol y la política sigue siendo una herramienta eficaz de análisis social.

A Casado, tras perder Granada, se le ha quedado la misma cara de acelga de Jordi Alba. Llora, como Boabdil, porque las buenas noticias le achuchan como Chiellinis. El BCE, en otro alarde de social comunismo, suaviza la inflación para reactivar la economía y Bruselas mejora nuestra previsión de crecimiento.

El Gobierno aprueba la llamada ley del solo sí es sí. Un avance más para erradicar la violencia sexual contra las mujeres. Iceta acuerda con los sindicatos regularizar interinos y reducir temporalidad en el empleo público. La discordia queda para la ultraderecha yihadista de Abascal. Su mensaje de odio contra los menores no acompañados es comprensible para una parte de la judicatura reaccionaria. Vox los cría y el Opus los junta. Ponen en la diana, en modo Charlie Hebdo al editor de El Jueves con un triángulo rojo de oscuras reminiscencias. Todos somos Ricardo Rodrigo.

En Aragón, el virus vuela en ala delta. Los jóvenes son más de La dolce vita de Fellini. Nos gustaría verlos retozar, como Marcello y Anita, bajo la cascada de The Fountain of Hispanicity, en la plaza del Pilar, al ritmo musical de Erasmus borrachas de Fran Nixon. Mejor tenerlos a la vista, que hacinados en la distancia de Salou o Magaluf.

Nos habíamos hecho falsas ilusiones. Les sugiero que, en caso de decepción, mejor rompan sus expectativas. Eso nunca falla.