El Reino Unido celebró este lunes el llamado Día de la Libertad, que se tradujo en el levantamiento poco menos que completo de las restricciones asociadas a la pandemia. A tenor del parecer de los inmunólogos y de las críticas de Keir Starmer, líder de la oposición laborista, más que de una decisión precipitada del Gobierno conservador, cabe hablar de un disparate que llena de incógnitas los resultados de la lucha contra la enfermedad durante las próximas semanas, mientras el parte diario de contagios en el país ronda los 50.000, y el primer ministro, Boris Johnson, y el de Economía, Rishi Sunak, permanecen confinados por haber mantenido estrecho contacto con el titular de Sanidad, Sajid Javid, infectado. Un panorama más propio del teatro del absurdo que de cualquier otra cosa, incluida la prudencia extrema que requiere afrontar la arremetida de la variante delta del virus. El anuncio, también ayer, de que a partir de septiembre será obligatorio presentar el pasaporte de vacunación en las discotecas apenas es un parche que, más que efectivo, añade confusión.

Confiar el éxito del combate en el comedimiento ciudadano es poco menos que renunciar a las responsabilidades que corresponden a los gobernantes. Si varios distritos de la isla contabilizan contagios que no se daban desde el verano del año pasado, si las curvas de difusión del mal no dejan de ascender, es incomprensible que el Gobierno cancele medidas que, hasta la fecha, se han demostrado eficaces para frenar el covid-19. Fiarlo todo a la campaña de vacunación –el 69% de los ciudadanos del Reino Unido han recibido la pauta completa– se demuestra asimismo improcedente porque no ha impedido el desarrollo de la nueva oleada y da la impresión de que el fin de las restricciones no hará más que multiplicar los factores de propagación.

Resulta por demás significativo que ninguna bolsa europea haya acogido con entusiasmo ese bautizado como Día de la Libertad, ni siquiera la de Londres, que ha caído el 2,41%, con los valores del sector turístico especialmente perjudicados. En el seno del falso dilema presente desde el inicio de la pandemia entre proteger la economía y proteger la salud, la decisión del premier obedece con toda seguridad a razones de índole económica a pesar de que demasiadas veces durante el último año y medio se ha visto que tal opción impide a la larga alcanzar el fin perseguido. Dicho de otra forma: sin seguridad sanitaria, la economía se atasca.

No está de más que el sector turístico español tenga presente los riesgos que entraña la decisión británica. La multiplicación de vuelos procedentes del Reino Unido con destino a las zonas turísticas que en mayor medida acogen a veraneantes británicos es, sin duda, una buena noticia momentánea, pero es al mismo tiempo motivo de preocupación habida cuenta la situación epidemiológica en casi todas las comunidades autónomas.