De héroes y villanos sabe mucho la historia y lo curioso es que en muchas ocasiones el héroe lo es para unos y adquiere la condición de villano para otros; lo mismo le sucede al villano, al que algunos veneran y otros querrían ver arder en el infierno. En tiempos pasados ser héroe tenía mucho que ver con las grandes gestas, de carácter bélico fundamentalmente, y el villano era ese, de cuna humilde, que trapicheaba para sobrevivir en un mundo de grandes señores, donde la pobreza y la incultura campaban a sus anchas.

Cuando miramos la historia de España, y al hablar de héroes u heroínas, siempre aparecen personajes que supieron parar legiones invasoras y sin embargo nunca se le ha dado la denominación de héroe a esos hombres y mujeres que, desde la investigación o la cultura, ensancharon nuestras vidas, otorgándonos la esperanza de ser mejores, más sabios y sencillamente menos crueles.

Pero el lenguaje es así y no porque él sea caprichoso, nada de eso, diría mas bien que es generoso y excelso y tiene palabras que son como dobladillos de hilo y otras que te mecen y te recorren la inquietud y se saldan con dos elogios y un destello.

El lenguaje lo hablan los hombres y los hombres deciden qué palabras sirven para cada cosa

Pero el lenguaje lo hablan los hombres y los hombres deciden qué palabras sirven para cada cosa y por qué héroe dignifica y eleva a aquellos que lideraron gestas de carácter bélico y por qué aquellos que, desde sus laboratorios cambiaron nuestras vidas, quedan mecidos incluso en el olvido.

El lenguaje tiene poder, mucho, porque dirige y somete y según cuál sea su utilización invisibiliza, insulta, humilla y puede incluso asesinar. Los movimientos feministas han visto una y otra vez cómo a través del lenguaje su existencia quedaba englobada en un masculino que todo lo abarca y todo lo explica, porque la historia se escribía y se escribe en masculino.

Qué decir de cómo ha tratado el lenguaje de los hombres a las lesbianas, los homosexuales, las personas trans con esos «tortilleras, maricas, enfermos…» llenos de maldad, desprecio, arrinconamiento social y buscando encarcelar su dignidad. La revolución del lenguaje, no cabe duda, está por llegar y acabará imponiéndose y será una realidad cuando el lenguaje no sea patrimonio de unos, sino el vehículo en el que todas, todes, todos tengamos nuestro lugar y nuestra libertad, que es algo que va mucho más allá de tomar unas cañas por ahí, y que tiene que ver con nuestro espacio, nuestra identidad y con la aprobación que se obtiene cuando no hay ofensa, ni ridiculización, ni odio visceral y enfermizo, porque el lenguaje de los hombres te deja fuera y ni siquiera alcanzas el rango de villano.

Simplemente no existes.