Cuando yo era niño, en mi pueblo solo podían estudiar Bachiller los hijos de los ricos, ya que había que cursarlo en Linares o en Jaén y eso costaba mucho dinero. Conviene recordar que entonces el Bachiller se iniciaba a los once años y tenía una duración de siete cursos, coronados por un dificilísimo examen de Estado que había que superar para la obtención del título. Esa desfavorable situación de los adolescentes carolinenses pertenecientes a la clase media cambió en la década de los años sesenta del pasado siglo gracias a que se inauguró en el pueblo un Instituto Laboral. Afortunadamente, unos cuantos profesores de ese centro público crearon una academia privada en la que por poco dinero nos preparaban para examinarnos al final de curso, por enseñanza libre, en el Instituto de Enseñanza Media capitalino o en la Escuela Normal donde se preparaban los futuros maestros.

 Entre el profesorado de esa academia había un catedrático de Geografía e Historia del Instituto Laboral quien nos enseñó que, además del nacionalcatolicismo que regía en España, dos sistemas socioeconómicos y políticos dominaban el mundo: el comunista y el liberal-capitalista. Según él, la raíz del comunismo se encontraba en la Biblia y, por eso, el primer comunista del mundo fue Jesucristo. Ese dato histórico tan descabellado motivó que sus alumnos nos consideráramos comunistas y católicos al mismo tiempo.

Panorama intelectual desconocido

A los jóvenes pueblerinos que tuvimos la suerte de continuar los estudios en la universidad se nos abrió un panorama intelectual desconocido, pues aunque la práctica totalidad del profesorado de las facultades de Filosofía y Letras defendía las ideas que el franquismo imponía, los estudiantes universitarios con inquietudes sociales teníamos a nuestra disposición suficientes recursos para empaparnos de las bondades del sistema comunista.

Y digo bondades porque los predicadores de esa ideología jamás mencionaban una sola desventaja, lo cual explica que miles de estudiantes universitarios renegáramos del nacionalcatolicismo para militar en la nueva iglesia marxista leninista. Todo cambió cuando se publicó en España el libro de Alexander Solzhenitsyn, titulado 'El Archipiélago Gulag' y, sobre todo, cuando después de la caída del muro de Berlín se pudo comprobar con datos reales la triste situación social y económica en que se encontraba el pueblo llano de los países donde había imperado la denominada dictadura del proletariado. Como es sabido, hoy existen centenares de artículos y de libros en los que pueden encontrarse datos fiables y objetivos que permiten comparar el estado de bienestar social en ambos regímenes.

Marc Fortuño (2019), en su ensayo titulado 'Datos comparativos entre países capitalistas y comunistas', ofrece dos gráficas donde se comprueba que los seis países con mayor puntuación a nivel mundial en la categoría de prósperos son todos capitalistas (Hong Kong, Singapur, Nueva Zelanda, Suiza, Australia e Irlanda). Por el contrario, los seis que alcanzan las peores puntuaciones son los que tienen regímenes comunistas y sistemas económicos estatales (Guinea Ecuatorial, Eritrea, República del Congo, Cuba, Venezuela y Corea del Norte). Curiosamente, en las categorías de países libres, democráticos y que respetan los derechos humanos, el 'ranking' se corresponde milimétricamente con el de la categoría relativa a la prosperidad económica. El citado autor afirma que el dato más espectacular es el que se refiere a la evolución del PIB en Corea del Norte y Corea del Sur desde el año 1950 al 2010. En el caso de Corea del Norte el PIB continúa al mismo nivel durante los sesenta años analizados, mientras que en Corea del Sur subió veinte mil puntos.

Diferencias escandalosas

No cabe ninguna duda de que en los países capitalistas las diferencias entre la renta per cápita de los trabajadores y la de los propietarios y ejecutivos de las grandes empresas son escandalosas. Pero igualmente de escandalosa es la que existe entre los trabajadores y los miembros de la nomenclatura gubernamental en los países comunistas. En el estudio anteriormente comentado se comprueba que en el sistema comunista todo el mundo es pobre menos los que controlan el sistema, mientras que en el capitalista hay un porcentaje pequeño de pobres de solemnidad (por desgracia, cada vez es mayor), una amplia clase media que dispone de ingresos suficientes para llevar una vida de cierto confort y un pequeño grupo de ejecutivos, propietarios y políticos a los que les sale el dinero por las orejas. 

Además, hay otra diferencia muy importante: en el sistema comunista se perpetúan los mandamases políticos por no haber democracia, mientras que en las repúblicas capitalistas esos jefazos se pueden cambiar periódicamente porque existe democracia. Obviamente, este último argumento resulta mucho más discutible en las monarquías, dado que quienes ocupan la jefatura del Estado (los reyes) no son elegidos de manera democrática.