El hecho de que dos de las grandes disciplinas del conocimiento, la historia y la filosofía, han muerto, vienen a querer consignarlo intelectuales como Zygmunt Bauman, el pensador polaco, sociólogo de profesión, de quien se cumplen ahora cuatro años de su muerte.

En conmemoración de su figura y memoria, y de algunas de sus principales teorías, Tusquets ha recuperado una serie de conversaciones que Bauman mantuvo con Peter Haffner, ofreciéndolas a los lectores bajo el título de Vivir en tiempos turbulentos.

En ellas, Bauman habla largo y tendido de sus orígenes judíos y de su relación con el sionismo, siempre «líquida» –según diría él mismo con su famoso y acuñado término–, unas veces rozando el dogmatismo, otras el enfrentamiento, pero finalmente distanciándose de todo dogma, ortodoxia o tradición, a la búsqueda Bauman de nuevas materias o valores sobre los que reflexionar a nivel global.

Su instalación científica en la sociología le lleva a considerar como objetos de disquisición filosófica temas que otros pensadores desdeñarían por superfluos o meramente tendenciosos, como la propia globalización, el movimiento okupa, el cambio climático, la problemática trans y tantos otros asuntos de rabiosa actualidad... Aunque sin abandonar por ello los grandes discursos ideológicos y sistemas del siglo anterior. En particular, el marxismo y el fascismo, que él, como combatiente antifascista, conoció y sufrió de primera mano. En una de sus afirmaciones más polémicas, en la que algunos no podemos estar de acuerdo, Bauman considera que el proceso de selección establecido por los nazis de Hitler, en base a la búsqueda de la raza aria, y por los comunistas de Stalin en base a la aniquilación de cualquier crítica a un sistema que consideraban perfecto, es un rasgos de «modernidad». Entendiendo, dice Bauman, dicha «modernidad» como un ambicioso reto hacia la perfección que, bien orientada, podría dignificar a la sociedad actual.

Menos errático se muestra cuando se refiere a sus maestros Kafka y Freud. Judíos, como él, pero bastante más revolucionarios con sus propuestas que esa «modernidad líquida» con cuyos caprichosos flujos Bauman baña sus paradojas, más que ideas, en una transparente ambigüedad, atractiva como pompas de jabón.