El otro día tuve la oportunidad de asistir a una charla sobre el suelo pélvico. Esa zona tan importante de nuestro cuerpo, que si no la cuidamos bien nos puede producir estreñimiento, pérdidas de orina o dolor en las relaciones sexuales. Un músculo que las mujeres tendríamos que ejercitar a menudo. En el ránking de las profesiones que más lo desgastan se encuentra el deporte. Sobre todo, el tenis. Es curioso, no tendría que ser tan difícil incorporar unos ejercicios de suelo pélvico en el entreno, ¿no? Y ustedes se preguntarán, ¿por qué no se hace? Yo les explico. Porque la mayoría de los entrenadores son hombres.

En estos JJOO nos estamos dando cuenta más que nunca del machismo que hay en el mundo del deporte. Mujeres deportistas que se las analiza en los medios por su belleza o porque son novias de alguien o la ridícula y sexualizada vestimenta de la selección noruega de balonmano playa. La selección femenina, claro. Que fueron multadas por no querer jugar en bikini. Un escándalo. Luego hay otros casos como el de Ona Carbonell, a la que no se deja viajar con su bebé para que le pueda dar de mamar. Estos juegos tampoco se libran de la homofobia y la transfobia. Hablo de Laurel Hubbard, primera transexual en participar en unos JJOO.

Lo que tendría que ser una buena noticia se convierte en un ataque poniendo en duda su talento, cuando la verdad es que se ha medicado para rebajar su nivel de testosterona y cumplir con las exigencias del COI. ¿Y si dejamos de calificar y sexualizar a las deportistas? Las jugadoras de fútbol no son solo mujeres que juegan al fútbol. Ona Carbonell es una campeona olímpica que tiene todo el derecho a mantener la crianza de su bebé. No me importa de quien sea exnovia la tenista Paula Badosa. Y me parece lamentable que la patinadora rusa Tatiana Navka ataque con insultos homófobos al gimnasta Cristofer Benítez por competir con un maillot supuestamente «femenino». No sé quien ganará el bronce o la plata, pero la medalla de oro se la llevan el machismo y la homofobia a partes iguales.