Allá por enero de 2015, publiqué un artículo con el título que entrecomillo y no para celebrar la ejecución de semejante Ley, sino para lamentar su olvido: ni siquiera su retraso, que ya era escandaloso, sino como digo, su definitivo incumplimiento y lo más censurable aún, su «derogación» sin sustituirla por otra Ley más eficiente, sino para propiciar su simple olvido. ¿Es lamentable o no lo es?

No se me ocurrió pensar que el presidente de nuestra comunidad, dos expresidentes de la misma (uno del PP y otro del PSOE), el consejero del ramo, un secretario de Estado venido de Madrid expresamente y algunos regantes de hecho, que los expectantes no creo que fuesen al acto, se reunieron para celebrar el centenario de la Ley de Riegos del Alto Aragón y no para criticar severamente, que no hubiera bastado un siglo para cumplir los objetivos de aquella Ley de 7 do enero de 1915. Se puede celebrar un acto para dar realce a una fecha memorable y no para justificar que no se ejecutara cuando la Ley preveía, ni en tres veces más tiempo del inicialmente previsto, dejando la obra a menos de medio hacer. Así somos; no menudearon las protestas, ¡qué cosas!

Guerra, apatía y atonía

La Ley proyectada autorizaba al Gobierno para ejecutar las obras de Riegos del Alto Aragón con agua de los ríos Gállego, Cinca, Sotón, Astón y Guatizalema, en toda la extensión necesaria para regar las zonas de Sobrarbe, Somontano y Monegros y añadía que la ejecución de las obras habría debido hacerse en 25 años, que se incumplió no solo por la guerra civil sino por la apatía y constante dejación del Poder Central y también, ¡también!, esa es la verdad, por la atonía de nuestras instituciones, demasiado comprensivas con las excusas moratorias de Madrid, antes y ahora más aún, porque el Poder Central optó por incumplir la centenaria Ley.

No se explicaron que uno sepa, las razones de acto tan peregrino. ¿Por qué y para qué? ¿Acaso para que nos acostumbráramos a creer que las promesas políticas convertidas en Leyes no garanticen algo? Repito que pasaron 75 años además de aquellos 25 iniciales y el acto más pareció una confesión colectiva e implícita de culpas. La petición parecía un nuevo aval que considero bochornoso porque nada de futuro se nos garantizaba.

Opino que el acto aquel debió ser un encuentro la mar de surrealista, algo así como una ideación del subconsciente con su dosis de irracionalidad ni revolucionaria ni progresista desde luego, aunque escandalosa sí. De haberse celebrado aquel encuentro en el día de los Santos inocentes, muchos lo habríamos interpretado como una broma de mal gusto, pero no habiendo sido así, la noticia revestía caracteres de socaliña, de ardid o trampa para que renováramos la confianza de que, en algún siglo de los futuros, se acabaran las obras, aunque apenas queden allí para entonces, monegrinos de los de secano

Pero no siendo precisamente, una broma sino una triste e inaceptable realidad, cualquiera se pregunta por el significado de acto tan inimaginable.

Porque la mejor excusa a lo que no se hizo hubiera sido, como tantas veces sucede, ni reunirse ni decir palabra para celebrar un incumplimiento tan grave; me sigue pareciendo insólito como lo será siempre, eso de celebrar un incumplimiento tan grave que equivalía tácitamente, a decirle a Monegros que se resignara, pero debemos estar acostumbrados a semejantes tratamientos que apenas se hizo caso a los pocos que dijimos entonces algo.

De poco sirvió que, en aquel insólito acto, alguien asumiera la defensa del agua como «un emblema de Aragón» expresión llevadera, pero no la más adecuada para emplearla retóricamente en un día en que se intentaba explicar lo inexplicable, esa demora de 75 años y «la que te rondaré morena».

Poco caso a Costa

En Aragón recordamos mucho a Joaquín Costa y aunque no se le contradiga, verdaderamente se le hace poco caso en situaciones como las que ahora denuncio.

Allá por septiembre de 1974, Franco recibió en El Pardo a la Diputación Provincial de Zaragoza que entonces presidía el firmante y le expuse la desazón aragonesa ante el ya entonces largo retraso de las obras hidráulicas que nos concernían y el temor de que aún se demorasen más, como ahora queda en evidencia. Franco contestó galaicamente y luego, tras las fotos y mientras nos íbamos despidiendo, me hizo una pregunta: «presidente, ¿qué obras de regadío quedan por hacer en Aragón?». Tuve que contestar muy escuetamente, claro: «Excelencia, una gran parte de las comprendidas en la Ley de 1915 y otras como las de la margen derecha del Ebro, pero al MOPU solo parece preocuparle ahora el de aguas del Ebro que afortunadamente no se realizaron».

Franco agradeció lo que le había dicho y no hizo más comentarios, pero salí de la audiencia con la impresión de que no estaba bien informado de todo aquello. Ahora, en plena democracia, no creo que existan razones que justificasen esa demora secular, ni la absurda celebración que abiertamente critiqué cuando se produjo aquel acto de descarada politiquilla y así quiero dejar otra vez, constancia pública de esta opinión mía.

A ver si reaccionamos de una vez y al menos, no nos dejamos engañar tan fácilmente.