Opinión | El triángulo
El momento

El sollozo de Messi en su despedida
Tan importantes son las cosas que pasan como el momento en el que ocurren. Seguro que alguna vez lo han pensado. Si esto o aquello me hubiera sucedido en otro momento de mi vida cuán diferente habría sido todo. Y todavía más si lo que acontece resulta consecuencia directa de una decisión propia y el resultado es radicalmente distinto al imaginado.
El momento. Tiene varios significados. Según la Real Academia Española, puede ser una porción de tiempo muy breve. O un lapso de tiempo más o menos largo que se singulariza por cualquier circunstancia. O una oportunidad. O Un tiempo presente. O, incluso, algo de peso, de trascendencia.
Ayer Messi no sé con cuál se habría quedado. Quizá con todas las acepciones. Fue su hora. La de explicarse. La de dar su versión y contar el porqué de su salida del FC Barcelona. Seguramente la rueda de prensa se le hizo larga aunque apenas durara media hora. Lloró, habló, sollozó, balbuceó, justificó y respondió a las preguntas de los periodistas. Confesó estar bloqueado, desconcertado y triste. «No estaba preparado. El año pasado después del burofax sí lo estaba, estaba convencido, pero este año no». He ahí la clave.
El mejor jugador del mundo ha pasado de pedir marcharse y acabar quedándose, a querer permanecer en el Barça y verse obligado a emigrar. El momento. Quién le iba a decir que lo que deseaba tanto en una etapa de su vida acabaría doliéndole menos de un año después. Más allá de un contrato estratosférico, una situación financiera insostenible y una mala gestión deportiva y económica, la vida le ha enseñado también a Leo Messi que el dinero no lo es todo. Él había aceptado rebajarse la ficha un 50%. Y ni con esas. Las condiciones de la Liga, la burbuja del fútbol y los intereses creados han pinchado y roto los sueños del astro argentino.
Las circunstancias son las mismas. Lo que ahora pesa en su marcha es lo que le empujaba hace unos meses a tomar la decisión. Toda una vida en el mismo club, con sus altibajos, sus éxitos, sus buenas y regulares temporadas (malas ninguna, seamos sinceros). Pero el momento es otro. Así que, como hemos visto estas semanas en los Juegos Olímpicos recién finalizados, toca tragar saliva y seguir.
Muchos dirán que con tanto dinero como acumula Messi poco le durará la pena. Ya se sabe. Con pan las penas son menos penas. Puede ser. Pero también es una posibilidad que aún pudiendo rememorar todos sus triunfos, tumbado sobre su yate en aguas ibicencas o sobrevolando en jet privado el cielo de París, se acuerde de lo que no ha conseguido. Despedirse del equipo al que llegó con 13 años y escuchar a un Camp Nou corear su nombre una vez más. Esa sensación, aunque quiera, no la vivirá.
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