Opinión
vicente Calatayud Maldonado
La adulación, engaño dulce y dañino
La adulación es tan antigua como el mundo. El lenguaje define también la adulación como «Alabar para conseguir intereses personales». Es el halago o alabanza que intenta ganar la voluntad de una persona. El rico refranero español abona la opinión: «Mal te quiere quien con lisonjas te viene». Y el Fénix de los Ingenios, el gran Lope de Vega, sonetizó al lisonjero adulador, que hoy se exhibe como personaje político y elogia sin tasa al jefe (o al jefecillo):
Fingido amigo, en las lisonjas tierno, / no iguala al enemigo declarado; / si amor me tiene ciego y engañado, / yo sé que hay redención, aunque es infierno. / En tu breve placer mi daño eterno / bebiendo voy en dulce error cifrado, / ya por costumbre a tanto mal llegado / que por mi propio engaño me gobierno.La adulación es un engaño, «error cifrado» que el adulado bebe porque es dulce; y acaba creyendo que el halago es cierto y, en consecuencia, se rige por él.
El elogio exagerado que denota ambición o busca motivos para encumbrar el ego del adulado es más mezquino e hipócrita, pues busca conducir al destinatario a la arrogancia, al narcisismo y la autoadmiración. No importa el perjuicio a terceros. El adulador refuerza la creencia del líder arrogante de estar siempre en el sitio preciso y en el momento adecuado. Ese efecto procede de una mezcla de malicia e hipótesis falsa y lleva a decisiones ‘intuitivas’, pues el genio no puede errar, sin apreciar que son más propias del instinto de los animales, insectos incluidos, que operan al compás de vibraciones procedentes de estímulos de alimentación y supervivencia, sin raciocinio alguno, como rana en puchero con agua que se calienta poco a poco y que termina cocida. En esa ebullición tanto la sustancia líquida como el megalómano personalista acaban en estado vaporoso.
La nueva generación de mandamases que refleja la nómina del Gobierno solo sabe crear protestas airadas y poner las calles en «ebullición» por una u otra causa. Pero su errática política conduce al país por derroteros con objetivo incierto y preocupante en un viaje sin rumbo claro por los mares del fracaso y de la agonía social y con riesgo de fragmentación.
A menudo me digo que debo observar, estudiar, leer; y agradecer las ideas que he escuchado o leído, las muchas lecciones que he ido recibiendo desde la infancia. Una es que «el saber no ocupa lugar». Quizá. Pero la sede principal del saber es cerebral. Y el territorio cerebral del saber, en los políticos más al uso, está, más que inactivo, vacío, desocupado. Ahora es más fácil que nunca aprender; pero también no aprender nada. Hay quien no aprende ni graba los conocimientos en la memoria, porque Internet y sus sucedáneos pueden evitar ese trabajo sobre cualquier tema elegido. No saben y por eso necesitan tal multitud de «asesores». Incluso para dormir a un bebé.
Pues bien: aunque ha cambiado radicalmente la vía de difusión de los saberes, de las ciencias y de las artes, se debe seguir estudiando y adquiriendo experiencia en sus diferentes tipos: filosófico, religioso, científico, técnico, artísticos y humanístico. Eso ayuda a formar criterio, dota de «sentido común» y contribuye a evitar ser presa, tan visiblemente, del egoísmo, la egolatría, el narcisismo, la vanidad, la soberbia, la petulancia y el sentimiento (gratuito) de superioridad, todos ellos propios de gente sin enjundia.
Es todo un espectáculo observar el ejercicio político de la lisonja y el halago que el adulón practica con propósito de ganar la voluntad del adulado para fines interesados. Los elogios exagerados se prodigan a cara descubierta. Lo cual lleva al destinatario a desbarrar y a terminar creyendo aquello, atribuido al Rey Sol, de que el Estado y él son una sola y misma cosa. Gran necedad. H
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