Angela Merkel, una de los políticos más valorados de Europa, ha dejado a los alemanes un regalo de despedida tras 16 años al frente de la cancillería: el último empujón al gasoducto ruso denominado North Stream 2, que garantizará la llegada de gas a Alemania directamente desde Rusia a través del Báltico. El actual North Stream 1 está sometido a fuertes presiones ya que atraviesa Ucrania, país con pésimas relaciones con Rusia desde que se anexionó la península de Crimea, en 2014.

En una reunión en julio en la Casa Blanca, Merkel consiguió que Biden diera luz verde al proyecto, que rechazaron Obama y Trump y cuya finalización frenó EEUU en 2019, con sanciones a las empresas participantes. Ucrania y varios países de Europa del Este se oponen el acuerdo Biden-Merkel, que tampoco ha sido bien recibido por los estadounidenses más contrarios a Putin, al que consideran el gran beneficiado. Los defensores, sin embargo, afirman que traerá estabilidad y evitará el enorme riesgo que supone que las sanciones pudieran convencer a las empresas de la necesidad de abandonar el dólar como moneda operativa, lo que asestaría un golpe irrecuperable al poder de EEUU en el mundo.

El gasoducto, ya casi construido, duplicará la capacidad de flujo del gas ruso. En vísperas del apagón nuclear previsto para 2022 y cara al abandono definitivo del carbón en 2038, la mayoría de los alemanes apoyan el North Stream 2, aunque la candidata de los Verdes a la cancillería, Annalena Baerbock, lo rechaza. A un mes de las elecciones al Parlamento federal (el 26 de septiembre), en las que los Verdes son segundos en intención de voto después de los conservadores de la CDU/CSU, Baerbock defiende impulsar «un acuerdo verde trasatlántico». Nadie duda de que el gasoducto, por el que Moscú también puede exportar hidrógeno, conlleva un espaldarazo a la maltrecha economía rusa. En 2020, Europa recibió, a través de Ucrania, 55.000 millones de metros cúbicos de gas. El North Stream 2 tiene una capacidad de bombeo de 110.000 millones. Si el monopolio estatal ruso, Gazprom, prevé suministrar a Europa 200.000 millones, significa que por Ucrania seguirá pasando el gas ruso y ese país seguirá cobrando de Gazprom un peaje que asciende a 3.000 millones de dólares anuales.

Pese al malestar en el entorno del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, el acuerdo Merkel-Biden también puede resultar favorable a Ucrania. El actual pacto entre Kiev y Moscú para el tránsito de gas expira en 2024, pero se renovará por 10 años, según lo estipulado para poner en marcha el North Stream 2. Por tanto, Ucrania, que recibe de Europa 10.000 millones de metros cúbicos de gas de los 55.000 millones que envía Rusia, tiene garantizado su suministro por una década y se libera de otra ardua negociación con Moscú. Además, EEUU y Alemania invertirán cada uno en Ucrania 50 millones de dólares en energía verde y Berlín apoyará la transición energética ucraniana con 245 millones de dólares.

El North Stream 2 supone, además, un firme respaldo a la decisión de Berlín de cerrar las minas de carbón y apagar las centrales eléctricas de lignito y carbón duro antes de 2038. En la actualidad, las térmicas alemanas generan el 17% de la electricidad que gasta el país, principal consumidor europeo de este combustible –tiene siete de las 10 centrales térmicas más contaminantes de la UE–. El abandono del carbón es el principal objetivo de los defensores de la protección del clima.

Alemania es consciente del temor que despierta en los países bálticos y en Europa del Este, con Polonia a la cabeza, la pinza Moscú-Berlín, mientras Bruselas trata con desespero de forjar una postura común para construir la política exterior de los Veintisiete. Si la Unión quiere ser un actor y no un escenario de un mundo de nuevo dividido en bloques antagónicos necesita mejorar sus relaciones con Rusia y no echarla en brazos de China.

Hay visión de futuro en el apoyo de Merkel al gasoducto, aunque a corto plazo algunos lo consideren un regalo envenenado. La canciller deja el poder marcando una dirección a Europa en un momento en que EEUU está obsesionado con el ascenso de China y, lo que es más grave, con no saber cómo abordar su propio declive. Cuando se cumplen 50 años del viaje de Kissinger a Pekín que rompió definitivamente el mundo comunista, el North Stream 2 abre una cuña entre Moscú y Pekín.