La crisis de Afganistán es el espejo de la sociedad que hemos construido. Más preocupados en el postureo moral que en la reivindicación social, nos hemos cansado de poner mensajes en las redes sociales. En cada comida veraniega había un consenso como hacía años: es incomprensible que en pleno 2021 haya sociedades tan ausentes de valores humanos. Y entre razonamiento y tuit, a broncearse que para algo es agosto y somos Occidente.

La conmoción vivida por el asalto del régimen talibán se ha quedado en alguna muestra de sensibilidad social y poco más. Ni movilizaciones de la sociedad civil, ni un mensaje contundente y unitario de todos los líderes del mundo libre. Es tan inquietante como agónico. La ausencia de un compromiso claro contra la barbarie de un régimen que atenta contra nuestra forma de vida nos sitúa en un mal lugar. Tantas concentraciones y manifestaciones por todo Occidente en defensa de la causa feminista con el movimiento #MeToo, en la reivindicación de los derechos civiles de las minorías o las protestas por el asesinato de George Floyd a manos de un policía. Un grito casi unánime por seguir construyendo, y fortaleciendo, nuestra sociedad con causas justas desde Nueva York hasta Zaragoza.

Sin embargo, el estallido talibán por el asalto al poder en Afganistán sólo merece un sonido atronador en las calles. Es una debilidad preocupante de las democracias liberales que haya un silencio así en algo que, por ejemplo, deja a 20 millones de afganas en la invisibilización absoluta para ser tratadas como ganado y encerradas en un infierno.

La defensa de los valores de la democracia, de la igualdad o de la libertad (que tantos mítines y discursos llenan) sólo se defienden en un clima dócil. Es lo que somos como sociedad: una población adoctrinada en el postureo de lo que es moralmente respetable para alardear de comportamientos ejemplares en una supuesta lucha de valores cívicos. Y así engrandecer su autoestima.

Porque lo difícil es defender lo que se considera justo en las contiendas más extremas. Donde nuestros valores son dilapidados salvajemente. Es por eso que la desmovilización de la sociedad junto a la ceguera de lo que provocará la instauración de otro régimen islamista deja mucho que desear. Cuesta entender cómo todavía no ha calado en nuestra sociedad la grandeza de las democracias liberales. El contraste de lo que somos con lo que son otras sociedades tan anacrónicas como la talibán.

Y sorprende, todavía más, que el alto representante de Asuntos Exteriores de la Unión, Josep Borrell, afirme que como los talibanes han terminado ganando la contienda tras veinte años no queda otra que hablar con ellos. Una aseveración que está a años luz de los valores que fundaron Europa. ¿O acaso no recordamos lo que sucedió en Polonia o París durante el III Reich?