Opinión
La fórmula idónea para atajar los botellones

Imagen de archivo de un botellón
Las nada edificantes escenas de botellones como las que se han visto este pasado fin de semana en Jaca comienzan a ser demasiado frecuentes. Indigna a cualquiera ver comportamientos tan irresponsables después de tantas pérdidas y tanto sufrimiento en los hospitales, y sorprende la dificultad que tienen las fuerzas policiales y los ayuntamientos para disolver estas concentraciones de jóvenes que se reúnen para beber alcohol desafiando las restricciones impuestas por la pandemia. Hay que condenar la actitud negligente de esos grupos, afortunadamente minoritarios, cuyo incivismo puede generar un problema de salud pública en un contexto tan malo como el que vive el planeta desde enero del año pasado. Pero la dificultad en atajar estas actitudes que además van contra las normativas decretadas por las autoridades ha puesto de manifiesto que existen fallas a la hora de acabar con estos comportamientos. Los sindicatos policiales denuncian su impotencia a la hora de actuar por falta de recursos humanos y materiales, se sienten desbordados e incapaces de intervenir de forma proporcionada, sin usar la fuerza completamente indeseable en todos los casos, y con la suficiente capacidad de mediación como para que estos jóvenes recapaciten y desistan de su pésima actitud.
En los últimos meses se ha notado un incremento de la presencia policial en las calles, lo que en ciertos momentos puede generar un clima de falsa seguridad, aunque según estos sindicatos no es suficiente para actuar en casos tan incívicos y cada vez más continuados como los botellones. Las administraciones públicas deben reflexionar al respecto, y si bien los recursos públicos son limitados, cabe preguntarse si una ciudad como Jaca, que en verano se convierte en la más poblada de la comunidad autónoma tras Zaragoza con unos 60.000 habitantes de forma flotante, puede tener tan solo dos patrullas de la Policía Local en toda la noche. Esta circunstancia ha provocado que haya refuerzos de la Policía Nacional, cuya plantilla en la localidad altoaragonesa también es escasa.
Pero sería reduccionista fiar todo a las fuerzas del orden para acabar con los comportamientos insolidarios. Deben ser siempre la última opción. Hay que ser contundentes en las sanciones, pero también debemos seguir profundizando en la educación y en la concienciación de los jóvenes, a los que a su vez hay que exigirles una mayor madurez y responsabilidad social. Porque la edad tampoco puede ser un eximente de las obligaciones ciudadanas ni se puede vivir al margen de los problemas de la sociedad en la que viven.
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