Han pasado 100 años de un acontecimiento que tuvo importantes consecuencias para el devenir de nuestra historia. Mi interés en recordarlo no es tanto para hacer un relato más o menos crítico del mismo como para ver en cuánto hemos cambiado como sociedad, como país. También puede explicar el porqué de algunas desafecciones a algunas instituciones todavía en estos tiempos. Hay mucha bibliografía relativa al desastre de Annual de 1921, la guerra de África. En El vuelo de los buitres, Martínez Reverte hace un análisis riguroso de cómo fue la estrategia militar y el comportamiento de algunos jefes militares y el Rey. Sin embargo, es en Imán, la novela de R. J. Sender, con tintes autobiográficos, donde se retrata mejor que en algunos libros de historia lo que era una parte importante y significativa de la sociedad española de entonces: la de los desheredados. Las calamidades de los soldados que sucumben torturados por la sed, el hambre, el abandono hasta morir, en una guerra que ni entienden, ni va con ellos, ni les inspira ningún ideal patriótico. Sender refleja qué era la guerra de África para la mayoría de los españoles. Y cuando el protagonista regresa a su tierra, su familia ha muerto, su hacienda ha desaparecido, su pueblo está inundado por un pantano y ni siquiera encuentra trabajo precisamente en la construcción de otro pantano, La Sotonera. Una guerra que no entienden por qué la hacen y que pone a los jóvenes sin cultura, pobres y sin medios, expuestos a una casi segura muerte para honor y gloria de sus jefes y del rey Alfonso XIII.

El libro de Reverte, por su parte, nos señala algunas de las consecuencias de esa guerra. De ahí saldrían los militares africanistas que dieron el golpe del 36. Lo que se observa es que la institución militar, ya desde antes de esa guerra, tenía vida propia y constituía un poder autónomo, me atrevo a afirmar, que continuó hasta la década de los ochenta del siglo XX. Hasta la democracia, había tantos ministros militares como ramas del ejército: tierra, mar y aire. En los años 80, meses antes de que Calvo-Sotelo firmara la adhesión a la OTAN, el ejército ya había empezado a sustituir los uniformes caquis por lo que llamaban el verde-OTAN, sin pertenecer todavía a ella. Los ruidos de sables durante la transición hasta el golpe de Tejero fueron una constante.

Si el ejército fue una institución autónoma, ajena a los intereses de la sociedad, la monarquía exactamente lo mismo, solo que con un poder casi absoluto a pesar de las constituciones del XIX y del XX y de las diversas alternancias, en teoría de ideologías distintas. Dibujo esta situación con unos trazos gruesos pero puede perfectamente reflejar lo que ocurrió hasta la Segunda República. Annual, con sus miles de muertos, no fue un hecho puntual, sino más bien el resultado de unas prácticas clasistas y caciquiles de una oligarquía y una monarquía depredadoras.

Recientemente una comandante jurídico-militar se lamentaba en la prensa regional de que la institución militar en estos tiempos no estaba muy bien considerada por la sociedad española a diferencia de lo que ocurría en otros países. Creo que tenía razón y quizá un repaso de la historia vendría bien para entenderlo. Sin embargo, no tiene nada que ver la institución militar hoy, con la que ha mandado en España durante más de un siglo. Para empezar el sometimiento al poder civil y constitucional hoy es absoluto. Está inmersa en diversas actuaciones al amparo de los organismos internacionales y profesionalmente está preparada, de acuerdo con algunos análisis, incluidos aportes humanistas. A la guerra de Irak no nos llevan los militares, nos llevan Aznar y su PP. Desde diversos sectores de la izquierda se es especialmente poco afecta a esta institución, pero se debería reconocer la realidad actual. Quizá las instituciones y temas militares son asuntos lejanos a la vida cotidiana de la ciudadanía sin embargo el trabajo de la Policía o la Guardia Civil lo podemos ver a diario o interactuar con ellos en más de una ocasión. Podemos ver en estos cuerpos su profesionalidad.

Si consideramos que estas instituciones, ligadas a la seguridad y a la defensa, se han adaptado perfectamente a los nuevos tiempos, la derecha política sigue anclada en el siglo XIX. No acepta no mandar, y si no manda, crispación, ataques y bloqueos a las instituciones democráticas. Pero volviendo al principio, para cuando en bastantes ocasiones oímos acerca de que este país no tiene solución y bla, bla, bla, esos discursos derrotistas, pues comparemos la España de 1921 con la del 2021: hemos hecho grandes progresos, con dolor, guerras, penalidades, pero nada que ver con lo de cien años antes. Aunque los sacrificios casi siempre les hayan tocado a los mismos, los desheredados de ayer, hoy tienen cultura y derechos y una participación en la renta con estándares de país desarrollado. Pero estas conquistas exigen su permanente defensa, una lucha continua. Atentos pues porque la historia también puede ir hacia atrás y hay nostálgicos que no renuncian a ello. H