Tras casi año y medio de dura pandemia, y un verano muy dado a la reflexión y síntesis de lo mucho ocurrido en ese tiempo, quiero ofrecer a los lectores de este Periódico una breve serie de artículos sobre lo que, en comparación con el conjunto de países de la Unión Europea, nos diferencia más de ellos.

Porque en esta era global se percibe como mal de todos esa citada pandemia de la que no terminamos de salir, o ese cambio climático manifestado claramente en calores extremos de alta gradación y largo tiempo. Como otros males comunes, más o menos matizados o cuantificados, la escasez de medios sanitarios y educativos, recortados en anteriores torpes medidas; la crisis económica con el terrible paro (especialmente el juvenil) y los bajos salarios; la energía carísima; el endeudamiento de los estados; la prepotencia de una banca arrasadora; la violencia de género; la insuficiencia y contradicciones de la Justicia; la proliferación de actitudes políticas extremas y crispación de alto voltaje o el desarrollo exponencial de la inteligencia artificial. El único dato, este, aunque no del todo, positivo.

Está claro que en muchos de esos aspectos tenemos rasgos comunes con los europeos de todo tipo. Por ejemplo, a todos nos afectó, aunque en diverso grado y manera, la pésima presidencia de Trump en Estados Unidos, o nos está afectando el hundimiento de Afganistán ante los talibanes, gran baza para los más radicales islamistas. Y mientras, las diversas iglesias cristianas, y en especial la católica, se repliegan a la defensiva, escondiendo sus errores, reclamando y sosteniendo abusivos privilegios, tapando a los clérigos pederastas, callando por no saber qué hacer y cómo ante la feroz situación pandémica. El Papa argentino, enfermo, calla y apaga sus iniciales entusiasmos, rodeado de cardenales lobos.

No soy uno de esos tertulianos que de todo saben, de todo opinan; más bien ignoro muchos tecnicismos relativos a casi todos esos asuntos citados, por lo que no los abordaré ni como tímida reflexión personal. Pero, junto a esos males generales, en que resulta menos adecuado culpabilizar a personas, gobiernos y partidos, en España han estallado en este tiempo, acentuando tendencias ya anteriores, grandes escándalos que, pasado un tiempo razonable en el que se han desarrollado los acontecimientos, sí podemos analizarlos desde una posición de gente de la calle con muchos años y bastantes experiencias.

Me referiré, pues, a los avatares en torno al exrey Juan Carlos, apodado con cierta sorna el Emérito; a las reveladoras investigaciones sobre las cloacas del estado, que podemos centrar en torno al pintoresco comisario Villarejo; a la lenta, apenas perceptible, evolución de Cataluña, observando a los quemados y a los emergentes; a las trampas y ventajismos de una banca manchada con muchos pecados capitales, que simbolizaremos en Rodrigo Rato; en la urgente reforma de la Universidad, afán del mal conocido ministro Castells; a los graves problemas de nuestra Historia y nuestra memoria colectiva, que centraré en el prestigioso y valiente profesor Viñas y muchos de sus mejores colegas y discípulos.

Así, pues, en próximas entregas iré analizando lo que esos temas han ido significando para nuestros cultos e inquietos lectores. Sin otro ánimo que el de hacer un alto en el camino, largo y lleno de obstáculos, para resumir qué han significado, y en la medida de no haberse cerrado, significan aún esos capítulos de nuestra historia reciente.