Lo sospechaban muchos; lo sabían todos los altos cargos políticos, judiciales, policiales. También muchos medios. En casi todas las casas reales y en muchas repúblicas se esconden los escándalos por sus palacios y jardines, cosa inevitable: mal de muchos, carne de prensa del corazón. Pero aquí todos callaron durante lustros.

Ese rey deportista e inculto, viajero derrochador y lleno de amigos corruptos, cazador de especies de lujo, amantes y elefantes, seguía la oscura línea de casi todos los borbones, incluyendo su arrogante y castrense abuelo. Alfonso XIII fue padrino de boda del general Franco pero este no le ofreció regresar del exilio cuando triunfó en la tan cruel guerra provocada por su golpe de estado. Para cuando él muriera sí, restauró la monarquía, designando como sucesor al nieto, que iba a crecer a su lado, a aprender ideas y comportamientos. Para que todo quedase atado y bien atado.

Ya no rige el argumento de Olózaga reclamando "una España con honra" para echar a su rijosa tatarabuela, Isabel II, porque era hora de que las razones de gobierno se pudieran comentar ante las esposas y las hijas. En la España contemporánea se han comprendido los deslices sexuales de casi todos sus reyes y reinas. Lo que no se aprobaba eran sus ocultos y fabulosos negocios y los gastos espectaculares para amantes. Por eso saltaron todas las alarmas cuando, ya en pleno siglo XXI, se fue sabiendo que, amén de sus costosos amores, el rey era el mayor agente de ventas de armas, gestionaba campechano los indultos y escapatorias judiciales a sus amigos, negaba mostrar sus cuentas millonarias, escondía su fortuna en paraísos fiscales, cazaba osos borrachos y elefantes quizá drogados, cobraba comisiones por trapicheos en el AVE español en La Meca, o usaba el Patrimonio Nacional para pagar lujos, amantes, yates. Y todo en ello visto y oído por millones de perplejos españoles, en medio de unos muy duros años de crisis económica.

¿Miraban los gobiernos para otro lado, cómplices de todas esas conductas más que irregulares? Había un límite, rebasado cuando se supo que Juan Carlos I intentó blanquear políticamente al rey Abdalá de Arabia Saudí otorgándole el Toisón de Oro tres semanas antes de recibir en Suiza sus 100 millones de dólares con los que intentaba acallar a la voraz amante Corina-de-muchos-apellidos. Unánimes, el Gobierno, el heredero y su Casa Real, decidieron que debía abdicar, aunque ni ellos ni él, que pasaría a ser llamado Emérito, dieron una explicación creíble.

Fuese, y no hubo nada. Con total opacidad, no dando explicaciones, una huida poco honrosa. Apenas regularía algunas cuentas atrapadas sin excusa, y pagaría una fuerte multa a Hacienda. Pero quedaban muchos asuntos pendientes y había comenzado el desguace real; cada semana aparecían nuevas cuentas, nuevos paraísos, posibles delitos. El Gobierno rechazaba, como la mayoría del Parlamento, investigar más, explicar algo, aclarar si como la exreina Sofía, separada hacía mucho la pareja, mantenía grandes sueldos y cuántos asistentes tenía a cargo de Patrimonio.

Se refugió en los países árabes, sus viejos amigos, unas monarquías nada democráticas. Y ahora quiere volver, porque se aburre soberanamente, nunca mejor dicho, sus amigos árabes deben de ser plúmbeos de trato, y las amantes quizá ya no le sirvan mucho. Pero el heredero, Felipe V de Aragón (nunca atendió ese orden en la Corona aragonesa, pues aquí no reinó el Hermoso como primero), es un hombre serio, frío, discreto, cauteloso, y sabe lo que se juegan él, la Corona, la estabilidad del país, en este trance. No parece decidido a echarse a la espalda una opinión pública airada (salvo los franquistas recrecidos) autorizando nuevos movimientos.

A tal modo de ser y estilo, años antes de iniciarse sus manifiestas torpezas y acelerada caída, le había correspondido un yerno emblema de pillería, crecido a su lado: Iñaki Urdangarín, jugador de balonmano con varias copas y unos cuantos bronces olímpicos, quería oro, y eso sólo se alcanza por vía conyugal, paraguas de sucios negocios. El suegro le concedía en 2011 la Gran Cruz del Mérito Deportivo, justo a la vez que era imputado por «desvío de dinero público». En 2017, la Audiencia Provincial de Palma le sentenció a 6 años y 3 meses de cárcel por prevaricación, fraude a la Administración Pública, tráfico de influencias, delito contra la Hacienda Pública. Pero recurrió al Supremo, que decidió que mientras se resolvía el recurso no fuera a la cárcel: podía vivir en Suiza y sin fianza. Abdicado el Emérito la condena fue finalmente ratificada en 5 años y 10 meses de prisión, y el 18 de junio de 2018 ingresó en la prisión de Brieva. En la que hoy ya no debe siquiera pernoctar. La Justicia es igual para todos, predicaba el suegro, ¿se acuerdan?