Les cortó el rollo la pandemia. Tenían un tour montado como esos de La Barraca. De pueblo en pueblo y actúo porque me toca. Cuando llegó la ola del bicho malo y le empapó la función en seco. A casa y ya veremos. Pues casi un año después han tardado en desconfinar los bártulos, los disfraces y las risas para pasearlas por las carreteras secundarias de Aragón. La compañía Colectivo TO de Huesca vuelve al lío con su espectáculo Me voy p’al pueblo tras tener que parar en octubre. Una comedia muy seria.

Si pueden vayan a verla. No tiene desperdicio. Y es muy nutritiva tanto para aquellos que nos hemos echado al monte como maquis del anticonsumismo como para aquellos que están aquí desde antes incluso que los dinosaurios. De la mejor manera posible, con risas y cachondeo, como se configuran las buenas relaciones, los autores van sucediendo escenas de delirio en las que unos de la ciudad llegan a la aldea para adquirir una casa. Los personajes son calcos de estereotipos de los que somos la secta de los neorrurales al aterrizar como extraterrestres de una megaurbe muy lejana. La comedieta llegaría a ser el opuesto de una de Paco Martínez Soria si no fuera porque hay un rizo precioso: la autocrítica.

Los ojos ajenos que perciben el trabajo de los actores y actrices son realmente la película de verdad. La cuarta pared es realmente el escenario. Los verdaderos personajes son aquellos que reciben como jueces severos a esos que quieren convivir con ellos por, quizá, un deseo inventado, ilusoria, una idiotez de montaje fácil… pero quieren estar ahí. Y no todos quieren ni tienen las narices para hacerlo.

Al finalizar el espectáculo se invita a una reflexión entre los asistentes para que, en conjunto, los habitantes de esos pueblos, los de siempre y los de ahora, relaten sus impresiones, compartan vivencias, emociones... y entrelacen cómo se han sentido unos a caer en medio de ese mundo, en ocasiones, hostil y otros se miren al espejo de cómo fueron con ellos y cómo lo son ahora. El objetivo es elevar la sonrisa en un tema muy serio, el de la convivencia y la adaptación, y darse cuenta de lo equivocado que se está con esa visión enfrentada de la ciudad y el pueblo. Zurcir una cohesión social al entender lo tontos que éramos.

Porque es muy sencillo vivir camuflado en la trinchera, generar un opuesto para realzar una identidad propia, cuando realmente ese enfrentamiento no converge luego en la realidad. Porque las personas, sean de un sitio y del de más allá, somos seres que sentimos de igual manera. Y que nos sabemos reír de nosotros mismos. O deberíamos hacerlo más habitualmente.