Hay muchas cuestiones a considerar en la crisis afgana. Me referiré a dos. Una nos remite a la ingeniería social que se aplica después de la invasión de 2001 con la pretensión de crear un estado moderno según nuestros parámetros. La otra nos emplaza a considerar que los talibanes no salen del vacío, que hay unos antecedentes culturales y religiosos que Occidente no aprecia en su dimensión y en su peligro.

En cuanto a la primera cuestión, señalaremos que la ingeniería social ignora las relaciones políticas, sociales y culturales de una comunidad. Intentar aplicar las normas y valores de una sociedad capitalista en un entorno tribal era una equivocación. Es algo mucho más complejo que no se puede trazar con un informe pulcro y aséptico desde un despacho. Así es difícil entender la idiosincrasia de sociedades tan diferentes. Intelectuales europeos como Bernard-Henry Levy (un entusiasta de la guerra de Irak) recuperaron la antítesis del siglo XIX entre civilización o barbarie. Estos días salen a la luz estudios e informes que denunciaban la escasa operatividad de esa política modernizadora. Víctor Lapuente se ha referido a ello de forma muy expresiva: se pretendía crear un sistema democrático sin la existencia previa de un sistema burocrático. ¿Para ver esto se han necesitado 20 años?

Occidente ensimismado Antonio Postigo

Respecto a la segunda cuestión, recordaremos que antes de la ocupación de Afganistán por los rusos no existía Al Qaeda. ¿Quién la crea, quién la alimenta? El apoyo técnico y militar y la financiación de grupos islamistas que luchaban contra los rusos por EEUU, Pakistán y las monarquías del Golfo como Qatar, Emiratos Árabes, Arabia Saudí, contribuyeron a su desarrollo para luego dar el salto desde ese rincón remoto al resto del mundo occidental. Quien tuviera en Occidente una visión estratégica positiva de ese apoyo al fanatismo se ha lucido.

Posteriormente, con las trampas y las mentiras sobre Irak, se invade ese país y, otra vez con el empuje de esas monarquías corruptas y fanáticas, se crea el califato del Daesh en Siria que empieza a exportar el terrorismo islámico por todo el mundo. En Europa, aunque no lo reconozcamos, empezamos a comprender que el dictador sirio es mucho mejor que el califato y aceptamos (qué remedio nos toca), la intervención rusa y que se termine con esa fábrica de fundamentalismo y terror.

Para que existan ideas extremistas debe generarse antes una doctrina más aceptable, más amable, que la profese una amplia mayoría. A partir de ese primer nivel, se van generando diferentes grados de extremismo. El germen es una doctrina totalitaria y el islamismo hoy lo es, al igual que el cristianismo lo fue, y son conocidas las guerras de religión y la cobertura que todavía y hasta no hace mucho proporcionaba a algunas dictaduras. Los evangélicos en el Brasil de Bolsonaro son también un ejemplo de cuestionamiento, todavía incipiente (de momento, paz y amor), de los valores de una sociedad abierta y democrática. En cualquier caso hay, en estos momentos, difusores muy activos del extremismo islamista y lo aceptamos con una pasmosa tranquilidad. Ahí están Qatar, Arabia Saudí, financiadores del fundamentalismo intolerante ante los que nos callamos porque lo riegan con mucho dinero o con temas deportivos como el Mundial de Futbol. Nos preocupa la venta de armas a Arabia Saudí pero no hacemos nada contra la expansión de sus doctrinas intolerantes y el apoyo a mezquitas donde se radicalizan amplios sectores. De hecho constituyen una auténtica Internacional, que nos deberíamos tomar muy en serio. De esos polvos recogemos estos lodos y los que vendrán. Francia ha iniciado una política para que los valores republicanos prevalezcan y sean la garantía de una sociedad libre y democrática. No se acepta lo que han pretendido esos grupos de ser autónomos, de estar regidos por sus propias leyes y no por las de la comunidad. Macron lo ha llamado separatismo. Los separatistas pretenden vivir al margen de los valores comunes básicos republicanos y tramposamente se defienden acusando a los demás de islamofobia. No es una cuestión de cultura o de no aceptación de la diversidad ni de racismo. El islamismo como proyecto de regular la sociedad civil es contrario a la dignidad humana y se le debe combatir política y culturalmente. El velo islámico es imposición sin más, no es libertad. Islamismo y feminismo es un auténtico oxímoron. Es un error que no se promuevan y generalicen los valores de una sociedad democrática, sin perjuicio de las características propias de cada sociedad, y que se acepten pasivamente discriminaciones humanas ocultas bajo un supuesto respeto de la diversidad. Una vez más, sectores de supuesta izquierda, se muestran críticos con la exigencia de aplicación de esas políticas integradoras, de valores universales y democráticos, a toda la sociedad sin excepciones.

Si queremos hacer algo por las mujeres afganas, en el Mundial de Fútbol de Qatar, exijamos sus libertades y sus derechos, boicoteémoslo. No contribuyamos a limpiar sus fechorías. Y por supuesto, deberíamos pedir responsabilidades a gobiernos y a sus asesores que han cosechado semejante fracaso humano.