Con el paso de los años, aún me asombra la escandalosa falta de respeto que muestra hacia la montaña gente poco o nada experimentada. Lo mismo suben a un glaciar en camiseta que recorren un escarpado sendero de cabras en zapatillas deportivas. Ni contratan guías ni consultan mapas. Y si alguien les recrimina que es mala idea subir al Aneto con chancletas, lo pueden mandar a escaparrar. Muchos prescinden del equipamiento más elemental para su día de excursión. Pero, eso sí, todos parecen saber que, ante cualquier percance, hay que llamar a los servicios de rescate de la Guardia Civil. Oye, que para eso están, y si no hacen nada, se aburren.

Hace unos años leí que unos excursionistas vascos llamaron a un equipo de salvamento solo para que les llevaran las mochilas en el regreso, porque estaban muy cansados. Ese episodio me recordó un viejo chiste de Miguel Gila, el del tipo que llama a los bomberos: «Que ya me he acostado en la cama, vengan a apagarme la luz».

Dicen algunos expertos que en Aragón no es conveniente cobrar por las operaciones de rescate, como ocurre en otras comunidades. Y eso que cada salida de emergencia de un helicóptero cuesta unos tres mil euros. Nos cuesta a nosotros, quiero decir. Un especialista en montaña explicaba en Aragón TV que la perspectiva de pagar una elevada suma por las imprudencias podría provocar que los montañeros en apuros se arriesgaran mucho más para evitarse ese dinero. Supongo que las ansias de atraer turismo también cuentan. El caso es que este verano, como otros, ha estado plagado de incidentes, caídas leves y graves y tragedias. Un mínimo respeto hacia la montaña hubiera evitado muchos casos, pero el respeto sí parece estar muy caro.