El lunes pasado, con menos ganas que nunca y una desilusión compartida por la gran mayoría de zaragocistas, volví a La Romareda. El Real Zaragoza es una empresa privada que se rige por los mismos criterios que cualquier otra pero que, a diferencia de una compañía que fabrica tornillos o vende seguros, ofrece unos servicios fundamentados en la irracionalidad de unos sentimientos, en una pasión difícil de entender como es el fútbol y el amor a unos determinados colores. En este caso, los únicos, el blanco y el azul .

Resulta muy duro para cualquier zaragocista acudir año tras año al estadio para ver resignado cómo se pulverizan todos los récords negativos. Hemos visto últimamente debutar y llevarse los puntos al Ibiza, al Cartagena o a filiales de equipos de relumbrón con los que antes competíamos de tú a tú en el mismo campo que nos dió, hace ya demasiado, tantas tardes de alegría. Hemos visto cómo empezamos con los peores registros en 90 años de historia, cómo tenemos la plantilla con menos alma de la historia, soportamos la insultante indiferencia de los gestores de un club sin presente y con un turbio horizonte. Pese a todo ello, y aunque sea difícil de comprender por quien no comparte los sentimientos futboleros, reincidimos año tras año (cierto es que esta vez en menor número) y renovamos nuestro abono para acudir al campo a intentar pasar un rato felices. Además, volver tras 18 meses de interrupción por la terrible pandemia es todavía más ilusionante pese a todo. Con unas medidas de seguridad correctamente aplicadas por el club y respetadas por la mayoría de los aficionados, nos reencontramos con el que, pese a todo, sigue y seguirá siendo nuestro equipo de los amores.

Pero la vuelta incluyó una novedad que no deja de sorprenderme y que profundiza en el sigiloso pero progresivo deterioro de la presunción de inocencia acentuado desde el inicio de la pandemia. A la entrada, el personal de seguridad, muy educadamente eso sí, se dedicó a cachear a todos los abonados que pacíficamente accedían por las puertas del campo. Si ya de por sí es llamativo que acceder a un recinto de titularidad pública te convierta en sospechoso, más lo resultaba observar a personas mayores con los brazos en cruz, bajo la mirada sorprendida en muchos casos de sus niños como soportaban estoicamente el breve pero no por ello menos innecesario palpado de la entrepierna y el michelín. Ya nos parece y asumimos como normal lo que en una sociedad civilizada no debería serlo. Y a pesar de una corriente que quiere que parezca lo contrario, esta sociedad lo es por norma general. Habrá quien piense que si eres inocente, no tienes nada que temer, pero del mismo modo que no te cachean para entrar en un supermercado o para ir a misa de 12 del Pilar, ni siquiera para entrar en un ministerio, tampoco deberían hacerlo para acceder al maravilloso espectáculo que brinda un Real Zaragoza-Cartagena. Y menos cuando existen numerosos efectivos de la Policía Nacional en las inmediaciones del estadio para disuadir del delito y el campo está lleno de cámaras que permiten identificar a cualquier sujeto que incumpla las normas o porte cualquier objeto ilegal. O, si somos todos presuntos culpables, pongan arcos detectores que eviten el siempre denigrante cacheo, del que se tiende a abusar. Pero que por el hecho de acceder al campo tengas que someterte a un cacheo (algo que también ha ocurrido otros años en el acceso a determinados conciertos y recintos municipales) es una circunstancia que se debería abolir. Posiblemente caiga en saco roto esta observación, porque se asumen cosas que en otros tiempos no serían normales. Y además, ni la ley de 2014 sobre seguridad privada ni la de 2015 sobre la protección de seguridad ciudadana delimita demasiado bien las condiciones del eufemístico «registro corporal externo». Pero en cualquier caso, una medida absolutamente gratuita e irrespetuosa, una más, de cuantas toma la directiva del Real Zaragoza para sus abonados. Parece que ya no es suficiente que lleven años tomándonos por tontos y nos despachen con una carta o un comunicado absurdo. Ahora parece que también nos consideran potenciales delincuentes.