«Si coges un círculo y lo acaricias tienes un círculo vicioso». Al gran escritor, dibujante y humorista Jaume Perich (1941-1995) debemos esa filigrana lingüística. Alteremos ahora un poco la frase y nos sale esta: si coges un símbolo y lo manoseas convenientemente tienes un símbolo viciado. O sea, pervertido, corrupto.

Círculos viciados

Ahí tenemos la bandera de España, por ejemplo. Aunque la Primera República mantuvo sus colores (suprimiendo, eso sí, los escudos monárquicos), su asociación posterior con la dictadura franquista imposibilitó lo que podríamos llamar una recuperación democrática. Pero hay más: si andando el tiempo existió alguna probabilidad de que la ciudadanía se identificase con ella, el uso y abuso que la derecha arcaica y la ultraderecha han hecho de la enseña han arrumbado cualquier oportunidad de que perdiese la pátina política que la envuelve.

Verán, a mí las banderas como que no me dicen mucho, pero creo que la rojigualda, más allá de su pasado, es paradigma claro de manoseo de un símbolo. Y viene todo esto a cuento a propósito del empeño que el ayuntamiento de Zaragoza pone en viciar algunos símbolos aragoneses. Dos, concretamente: Goya y la Virgen del Pilar. Mantra y manto, diríamos.

Charlotada goyesca

Si recuerdan, la vaina de Goya comenzó con el 'delirium artium' de crear en la Lonja un hipotético museo dedicado al pintor de Fuendetodos, del que no se dieron detalles de su concepto y contenido. Parece, aunque nunca se sabe, que el proyecto (proyectil, mejor) duerme en el limbo de las ocurrencias, probablemente oculto en el cenotafio de la plaza del Pilar. Bien, pues volvemos a las andadas, ahora con una especie de charlotada goyesca, pues eso y no otra cosa es el encargo hecho a varios artistas aragoneses de recrear la imagen de Goya y de intervenir sobre la copia de alguna de sus obras. No tengo confirmación, por otra parte, de si continúa en pie la peregrina idea (¿puede salir el autor a saludar?), propagada hace unos meses, de celebrar un museo viviente, con vermú incluido, en el que el personal vestiría «adaptando el traje aragonés a la estética de la época». ¡Toma, Marianico!, como diría don Francisco.

A ver, señoras y señores: si no saben qué hacer con Goya (en la ciudad hay notables ejemplos de personas e instituciones que sí lo tienen claro), déjenlo en paz y no conviertan un símbolo de la modernidad y el arrojo artísticos en un pelele con homenajes propios de una fiesta fin de curso del siglo XIX. Si no tienen pasta para mostrar con decencia el legado de un visionario, quietos en la mata, que quizá, con suerte, ya se ocuparán otros de esa tarea. Estos días, en las redes sociales, algunas voces como las del comisario de arte Pablo J. Rico y la doctora en Historia del Arte Chus Tudelilla han puesto el grito en el cielo por estos fastos. Pero pocas más se han sumado al cabreo. Creo, vaya.

Segundo asunto: el manto. La Virgen del Pilar, o sea, otra de las recurrencias municipales. Más allá de que, como explica el teólogo, filósofo y antropólogo José Bada en el libro 'Prácticas simbólicas y vida cotidiana (La identidad aragonesa en cuestión)', lo más representativo del Pilar no sea la Virgen sino la columna que la sostiene (horadada por millones de besos), la devoción mariana excede credos, agnosticredos y anticredos en un universo simbólico que se sustenta por sí mismo (la columna) y que no necesita de apoyos estrambóticos. Pero ahí sigue, persistente, el convencimiento (o la ocurrencia) de que hay que apoyar a la Virgen como si fuera una pista de esquí. Así, el sueño de la sinrazón produce monstruos como ese molde gigante para galletas que representa, dicen, la figura de la Virgen, y que puede verse anclado, como si de un tragachicos se tratase, (¿está previsto que transite por los barrios de la ciudad?) en la Gran Vía zaragozana. El mamarracho, comparable en despropósito al 'Ecce Homo' de Borja, es posible que sirva de photocall para enganchados al selfie, pero artísticamente es delirante y no aporta valor a la pasión mariana, venga de donde venga.

Mas así estamos en la inmortal Zaragoza, esa que llama a su festival de cine con el nombre que tuvo la ciudad durante la época musulmana (Saraqusta), pero lo publicita con un cartel en el que las figuras principales son un rey y una reina cristianos. ¡Viva el vino!