La reciente fotografía de dos teóricos adalides de la lucha social, Yolanda Díaz y Unai Sordo, rogando al presidente de Iberdrola que bajase el precio de la luz fue todo un símbolo de nuestros tiempos. Dicha foto fue tomada en un acto al que asistía el presidente Pedro Sánchez. La vicepresidenta de su Gobierno y el dirigente de Comisiones Obreras estaban en un escabel o altura más bajo, de modo que Sánchez Galán inclinaba sus hombros hacia ellos pretendiendo acogerlos como un padre intenta calmar a sus airados hijos. Los rostros de la ministra y del sindicalista, desencajados; el del empresario, sereno. Las poses de los dos primeros irradiaban desesperanza y contenida rabia; la del último, indiferencia y calma. Esa imagen venía a decir: ya podéis tener sindicatos y ministros comunistas; aquí quien manda es el Mercado.

Y así debe ser porque, a pesar de los esfuerzos del Ejecutivo, no se ha frenado el precio imparable de la electricidad. Tampoco el de la gasolina, asimismo en récord. Mañana, ¿qué energía o producto subirá de precio, sin que Moncloa pueda evitarlo? ¿El propio dinero, quizá? Los expertos no lo saben a ciencia cierta, sus conjeturas son vagas, todo lo analizan ambiguamente, dependerá de las fluctuaciones, los flujos, la seguridad… El Mercado sabrá, pero… ¿quién es o representa a ese todopoderoso mercado? ¿Los jeques, los tecnócratas chinos, los millonarios españoles, los plutócratas yanquis, los miembros del Club Bilderberg…? ¿Son los dueños de ese omnipresente, ávido, tiránico, inhumano Mercado internacional los mismos que de los fondos buitres, de los paraísos fiscales, lo son los banqueros, los financieros, los judíos, los masones, los señores de la guerra o de la droga…?

No tienen cara, como su Mercado no tiene corazón. Cuando la opinión parece identificar a uno de sus dueños, el presidente de Iberdrola, por ejemplo, este señala hacia un cielo inclemente, como si alguien mucho más poderoso, un dios, condicionase el precio de sus vatios o litros de diésel.

La nueva religión del capitalismo salvaje o teocracia del dinero ni siquiera permite el ateísmo, pues hasta la renuncia al consumo está penada con impuestos.

Son las nuevas normas, los nuevos valores… ¡Vaya timo!