Se está montando la de San Quintín con la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Con razón. Lleva más de mil días en funciones y Partido Popular y PSOE son incapaces de llegar a un acuerdo. Los unos porque vinculan la renovación a la reforma del sistema de elección de vocales y del fiscal general. Los otros porque no están por la labor de modificar nada y proponen pactar el máximo órgano de gobierno de los jueces como ambos partidos vienen haciendo hasta la fecha. Para más inri, el portavoz de Justicia de los populares y a la postre magistrado asegura en una entrevista, literalmente, que el PP tiene el apoyo de la mayoría de la carrera judicial. Todo muy normal, oigan.

No entiendo el empeño de la política de impregnarlo todo del mismo tufo. A corruptela, a turbidez, a intereses espurios. Y digo política porque es cierto que algunos políticos querrían ir por otros derroteros. Favorecer el consenso, respetar las instituciones, aplacar la ambición partidista. Pero, desafortunadamente, acaba primando el intento de control, la lucha por el poder y las maniobras de trastienda.

Más que importar lo que vocifera cada partido, los trampantojos que venden disfrazando de razones objetivas sus movimientos partidistas, preocupa el fondo. La imagen que dan de la politización de la justicia, de la falta de profesionalidad de los jueces y de la podredumbre de uno de los pilares del Estado. Ejemplos de mala praxis hay. De juristas que inclinan la balanza interesadamente hacia un lado. De jueces que saltan de poder en poder del Estado y se la refanfinfla todo. Pero me parece bastante peligroso empañar la imagen de la Justicia en general y del sistema en particular.

Evidentemente todas las personas tenemos ideología. Sería ingenuo pensar lo contrario. Lo que se espera en determinadas profesiones es que no imposibilite desarrollarla como se debe. Yo no quiero saber si una jueza es de derechas o de izquierdas. Es más, tendría que resultar indiferente. Lo que deseo es que sea imparcial y justa. Que sus decisiones no beneficien a nadie más que al bien común. Que de sus sentencias no se desprenda si es conservadora o progresista.

Me da igual que los jueces elijan a lo jueces, que solo a una parte, que lo hagan por carta o por paloma mensajera. Más que fórmulas matemáticas y proporcionalidades nos debería preocupar a todos pero sobre todo a los implicados, políticos y jueces, la desconfianza que sus juegos de tronos generan. Que al igual que ciertos mensajes de ciertos partidos afloran ciertos comportamientos, determinados trileos acaban dejando al descubierto dónde demonios está la bolita.