Cuando el verano toca a su fin, entre los variopintos sucesos acaecidos, quiero resaltar uno de ellos personalizando en dos nombres propios.

Las huellas de la política

Al margen de las ocurrencias sin sentido de un pimpollo político por las escasas neuronas que posee, quisiera focalizar en dos personas las señales que se manifiestan en el desempeño de un cargo público.

Por diferentes motivos y circunstancias voy a reseñar aspectos muy personales de Fernando Grande Marlaska y de José Luis Ábalos Meco. El primero, con una dilatada trayectoria en la carrera judicial, más neófito en política; el segundo, uno de los políticos más sólidos que ha dado la Comunidad Valenciana en muchos años, fruto de una temprana militancia y proyección política.

A ambos les ha unido un acoso político y mediático despiadado en el aspecto personal. Uno, dando la cara mañana, tarde y noche exponiendo con precisión y escasa fortuna, detalles sobre la crisis migratoria en Ceuta enquistada desde hace largo tiempo; el otro, tras su cese, refugiado en el silencio hasta hace pocos días, como si los silencios no hablaran ni supiesen interpretarse.

Fernando, salvado in extremis del linchamiento por uno de esos quiebros inesperados que da la política, comprensión, corresponsabilidad y empatía del Presidente de Ceuta, distanciándose de las estridencia del sanedrín de su partido, el PP.

En los momentos más duros, tanto Marlaska como Ábalos, su lenguaje corporal a través de gestos, movimientos y miradas, expresaban una ambivalencia afectiva que conlleva la subjetividad individual y la realidad del tiempo vivido; son las huellas físicas de las pulsiones emocionales. El rostro proyecta las señales del sufrimiento interior abandonando esfuerzos personales en aras de la comunicación.

El esfuerzo físico del lenguaje no verbal a través de la mirada y de la expresión facial, son señales inequívocas que muestran emociones, en una proyección soterrada de los conflictos interiores que como todos los seres humanos tenemos.

En los tiempos actuales de crispación, la bonanza y la tolerancia no deben de ser quimeras irrealizables, ante el fango y emponzoñamiento de la permanente contienda política.

En la política, como en la vida, se necesitan momentos de respiro, donde la reflexión y las convicciones personales superen los estigmas de los momentos aciagos. Por ello, a los dos les deseo que las huellas físicas de su paso por la política no se conviertan en cicatrices internas más difíciles de solventar.