Conocí a Sergio Ramírez hace unos pocos años en Panamá. Reservado y taciturno al principio, se reveló en seguida como alguien extremadamente afectivo. Con el embajador español, Ramón Santos, conversamos sobre la revolución nicaragüense y el papel del escritor en el primer gobierno de Daniel Ortega, allá por los primeros años ochenta. 

Aquellos sandinistas eran jóvenes, marxistas, se movían por una buena causa (derrocar al dictador Anastasio Somoza) y tenían al pueblo detrás. Aunque Ramírez no pegó un tiro, tomaron el poder por las armas y el escritor pasó a desempeñarse como vicepresidente del nuevo ejecutivo. Fue la imagen culta, civilizada, de la revolución sandinista. Entre viaje y viaje, Sergio encontraba tiempo para ir escribiendo 'Castigo divino', una de sus magistrales obras. 

También lo es, para mí, 'Adiós, muchachos', una crónica entre el desencanto y la nostalgia en la que un maduro y escéptico Ramírez se despedía de aquellas ilusiones o utopías, derivadas hoy, por desgracia, en los excesos del nuevo y actual mandato de Daniel Ortega. En la práctica, una dictadura tan cruel como lo fuera la de Tacho Somoza.

Tras nuestro encuentro en Panamá, Sergio me invitó a Managua. Participé en su festival 'Centroamérica cuenta' y en una barbacoa en la isla de Mayogalpa, en el lago Cocibolca, entre volcanes y serpientes que se deslizaban entre los juncos como en el jardín del Edén.

Para entonces, Sergio estaba francamente alarmado por la deriva dictatorial de Ortega y el secuestro político de su país. En las novelas negras 'El cielo llora por mí' o 'Ya nadie llora por mí', menos barrocas y más en clave de 'thriller', el premio Cervantes de 2017 dibuja una Nicaragua multiétnica, asolada por la violencia y la droga, pero viva en su historia, sus etnias y tradiciones indígenas, y en el purísimo castellano de sus habitantes. Una Nicaragua a la que el novelista no puede regresar de su momentáneo y cautelar exilio porque Ortega, cuyos gorilas van a allanar de un momento a otro su casa, amenaza con encarcelarlo y quién sabe qué más…

Ramírez paga así su denuncia de los desmanes de otro corrupto clan, pero obtiene un nuevo reconocimiento a su honestidad intelectual. No pasarán, maestro.