Entre Pío Baroja y Jurgën Habermas media un mundo, un siglo, una civilización, pero Javier Lambán, en su discurso del Premio de las Letras, se las ingenió para tender un puente y relacionar a ambos autores. Lo hizo a través de sus respectivos conceptos de la historia.

Para Baroja, esta ciencia no era tal, sino una rama de la literatura. Las novelas de don Pío incluyen episodios (el carlismo) o personajes (Avinareta) reales, pero, para sugestionar o seducir al lector, en sus páginas aparecen narrados. En la visión de Habermas, en cambio, la historia, mejor o peor escrita o narrada, debía señalar los errores del pasado y proponer el modo de evitarlos en el presente. Poniendo en práctica, por ejemplo, aquel patriotismo constitucional, todavía inconstitucional en España, que el filósofo alemán preconizaba como cimiento de todo proyecto nacional y democrático.

Al referirse a ese patriotismo constitucional, Lambán lo hizo con cierto desencanto o nostalgia, como lamentando que en nuestro devenir hayan perdurado elementos no integrados o tan poco integradores como determinados nacionalismos. Eterna división de una España sin hacer y en tan constante disenso como en el que ya Américo Castro reparaba al analizar los problemas convivenciales entre cristianos, árabes y judíos, allá por el siglo XVI…

En busca, más que de un dogma, ni siquiera de una verdad, mucho menos de ideas propagandísticas o convenciones, el nuevo Premio de las Letras Aragonesas, Julián Casanova, ha empleado buena parte de su carrera en destinarnos una interpretación de la historia, la suya, que considera honesta. Como investigador, divulgador y narrador de nuestra época contemporánea, Casanova afirma que la historia es «algo más» que una crónica hermoseada de metáforas. Y con razón lo defiende, pues no en otro vientre sino en el de la historia se ha formado nuestra carne, el ser que nos identifica, se rebela, obedece o gobierna, habiendo corrido nuestra sangre más siglos atrás de los que el futuro nos permite predecir…

¿La Historia da lecciones, enseña? A luchar contra las dictaduras y a no tropezar en las mismas piedras de la intolerancia, desde luego. El resto sería interpretación… O, como pensaba Baroja, novela.