Presentar el telediario oficial puede tener como contrapartida escobar los salones de Moncloa. Un poco lo que le pasó al bueno de Carlos Franganillo en su entrevista con el presidente Pedro Sánchez. Lo normal hubiera sido que esa interviú se la hubiera hecho un profesional independiente, y no el administrativo que el Gobierno ha elegido para leernos las noticias, pero TVE y la libertad de criterio no son conceptos fácilmente compatibles, como una vez más quedó demostrado.

Ya sentados en Moncloa uno frente a otro, grabándose el programa, Franganillo debió a los pocos minutos darse cuenta de que estaba quedando como un mandao y se esforzó por improvisar algunas preguntas sobrevenidas. Pero, en cuanto intentaba agregar algo de su cosecha, el presidente le frenaba en seco («No me interrumpa, por favor»; «Déjeme que termine de explicarle…»; «Permítame concluir mi razonamiento, destinado a todos los españoles»…), de tal modo que el entrevistador dejaba de serlo para quedar reducido a un simple secretario de un orden del día establecido por otros, pactado con antelación y preparado al dedillo por el entrevistado.

Sánchez pudo entrevistarse a sí mismo y hacerse un laudatorio autorreportaje

Habiendo prescindido de entrevistador, Sánchez pudo entrevistarse a sí mismo y hacerse un laudatorio autorreportaje en un horario de máxima audiencia en TVE. Como ya les sucedió a otros presidentes antes que él, asimismo víctimas del “síndrome de La Moncloa”, su mayestática deriva comienza a apuntar hacia el monopolio del relato y la palabra, evitando que otro, ya sea opositor o prensa, repregunte o replique. No obstante, ni Felipe González, Aznar o Rajoy alcanzaron el grado de egotismo de un Maduro o de un Bolsonaro, siendo de esperar que Pedro Sánchez se limite a tomarse las ya clásicas libertades presidenciales en TVE y otras palancas oficiales de manipulación de masas.

Tuvo el acierto Pedro Sánchez -al César lo que del César es-, de ir metiendo en cintura a las multinacionales de la energía, cuyos directivos cobran los mismos millones de euros por un peor y más caro servicio. En esa pregunta-anuncio, su respuesta convencería a muchos, a excepción de los dueños de la energía y de ese mercado tiránico y con mucho más poder que una televisión pública.