En los actuales procesos de involución democrática alentados por grupos de extrema derecha, ya no se producen golpes de Estado como en otros tiempos, sino que la táctica del neofascismo es la de utilizar las instituciones democráticas para irlas socavando desde dentro. En este sentido, se pueden extraer lecciones (y reflexiones) sobre lo ocurrido en la Alemania de entreguerras, período que coincide con el momento del auge del nazismo hitleriano durante los años de la República de Weimar (1918-1933). Recordemos algunos datos.

Tras la derrota de Alemania en la I Guerra Mundial y el derrocamiento del káiser Guillermo II, la nueva República alemana, conocida con el nombre de la ciudad de Weimar, lugar donde se reunió la Asamblea Nacional constituyente que elaboró una nueva constitución democrática, pretendió dejar atrás el imperialismo militarista germano, culpable en gran medida de la tragedia de la «Gran Guerra» de 1914-1918. Pese a las esperanzas que despertó, la joven República tuvo que hacer frente a una gravísima depresión económica y a una constante inestabilidad política y social. Por ello, como señalaba Madeleine Albright, el contexto de la República de Weimar no pudo ser más adverso, caracterizado por «una Europa rencorosa, una América indiferente y una ciudadanía herida».

A la altura de 1932, la población alemana sufría una brutal crisis económica y social agravada con el asfixiante pago de las reparaciones de guerra exigidas por las fuerzas aliadas vencedoras en la Gran Guerra, temas éstos que serían demagógicamente utilizadas por Hitler para captar un considerable apoyo popular. El semanario socialista zaragozano Vida Nueva se hizo eco por aquellas fechas en diversos artículos de la situación en Alemania, cuya democracia estaba cada vez más amenazada por el nazismo, a la vez que denunciaba con dureza las simpatías de las fascistizadas derechas españolas para con la emergente figura de Hitler y la admiración de éstas con el auge electoral del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), el partido nazi.

Por su parte, Hitler era consciente de que, tras el fracaso del golpe de Estado de 1923, si quería conquistar el poder tenía que hacerlo de forma gradual y por la vía legal. Así, en las elecciones federales del 14 de septiembre de 1930, supo canalizar el voto de los descontentos y logró un amplio apoyo entre pequeños empresarios, mujeres, campesinos y jóvenes, lo cual convirtió al NSDAP en el segundo partido del Reichtag, tras los socialdemócratas del SPD y seguido del comunista KPD. Especialmente destacable resulta el hecho de que, tras estos comicios, se diluyó el centro político y, a partir de este momento, la pugna electoral se trasladó al enfrentamiento entre la izquierda (SPD, KPD) contra la extrema derecha nazi (NSDAP) apoyada por otros grupos derechistas.

El siguiente peldaño del ascenso al poder de Hitler tuvo lugar en las elecciones presidenciales celebradas a dos rondas los días 13 de marzo y 10 de abril de 1932. En ellas, Hitler, respaldado por el NSDAP y todos los grupos nacionalistas de derechas, se enfrentó al anciano mariscal Paul von Hindelburg, y aunque Hitler fue derrotado, logró 13 millones de votos (1/3 del electorado) gracias a su perversa utilización del revanchismo germano y de su negativa a que Alemania pagase las onerosas indemnizaciones de guerra que le habían sido impuestas. Otro factor que favoreció el creciente apoyo político y electoral a Hitler fue la involución política de la derecha parlamentaria alemana, cada vez más escorada hacia el nazismo, lo cual supuso un serio e irreversible debilitamiento de la democracia representada por la República de Weimar.

En las siguientes elecciones federales del 31 de julio de 1932 se produjo un choque frontal entre el Bloque de la derecha, integrado por el NSDAP nazi y el Partido Popular Nacional Alemán (DNVP) que obtuvieron 267 escaños, frente al Bloque de la izquierda (SPD, KPD), al cual se unió el Zentrum católico (DZP), que logró 317 diputados. Ante una situación políticamente enquistada hubo que convocar nuevas elecciones federales para el 6 de noviembre de 1932, pero éstas dieron unos resultados similares a los de los comicios del pasado julio, pese a lo cual el NSDAP perdió 2 millones de votos, se produjo un auge del KPD y un retroceso del SPD, hecho éste último, consecuencia de la suicida rivalidad entre comunistas y socialistas, táctica alentada por Stalin y que dinamitó la imprescindible unidad de la izquierda para frenar al nazismo. Por su parte, el presidente Hindelburg, tenía un dilema: seguir convocando nuevas elecciones con muy pocas posibilidades de obtener un resultado concluyente, o encomendar la Cancillería a Hitler. Se decidió por esta última opción y el 30 de enero de 1933 Hitler, del que alguien dijo que era «un hombre enfurecido en una época enfurecida», se convertía en canciller a pesar de no haber ganado una votación parlamentaria, aunque ciertamente lo hizo por medios constitucionales. Como recordaba Madeleine Albright, Hitler, un demagogo delirante caracterizado por «su ambición criminal, su racismo visceral y su absoluta inmoralidad» llegó al poder «tras haber logrado que millones de alemanes se sintieran atraídos por su figura y sus mensajes».

Este fue el triste epílogo de la República de Weimar, pues, como señalaba el semanario socialista zaragozano Vida Nueva el 13 de febrero de 1933, «la mayoría del país quiere vivir a la voz de mando del tirano, antes que colaborar como ciudadanos libres en la gran obra de la democracia». La historia posterior es bien conocida y, tras acabar con la democrática República de Weimar, Hitler implantó una brutal dictadura totalitaria. Y, para ello, a Hitler y al nazismo les resultó muy útil el empleo demagógico de los desastrosos efectos de la depresión económica, la connivencia y complicidad de las viejas derechas parlamentarias y la suicida división de las izquierdas, incapaces de articular un Frente Popular para contener los zarpazos de la bestia parda nazi. Estas son las lecciones de Weimar que hoy resulta oportuno recordar para estar alerta ante el preocupante auge de los populismos de extrema derecha y de los nuevos fascismos del siglo XXI.